La telebasura la hemos identificado más bien con esos espacios que giran en torno a personajes sin oficio y con beneficio. El formato tipo «El diario de Patricia» se nutre de las intimidades de la gente corriente. En ese sentido resulta más obsceno para mi gusto. Y al invadir lo que invade de manera continua se convierte en una bomba de relojería que acaba de estallarnos en la cara. Salpica a tantos que las reacciones han dado un brinco en multitud de ámbitos. Porque la primera sensación que el episodio de Svetlana produce es el de la inmensa vergüenza de que algo así pueda suceder ante nuestros ojos. Y vamos listos con el que no se sienta avergonzado si es de los que tiene facultad para corregir el rumbo emprendido. La vicepresidenta, como mujer orquesta del Ejecutivo que es, ha decidido sentar a las teles a su mesa a ver con qué cara acuden y qué se les ocurre. Lo primero es que acepten que, con estas intromisiones, tienen un problema. Soy pesimista porque la vigencia del fenómeno ya les debería haber permitido recapacitar y, sin embargo, las cifras millonarias de seguimiento y de entradas publicitarias se lo impiden. Todo el mundo que se ha pronunciado ha coincidido en que ahí se encuentra uno de los nudos gordianos de la cuestión. Todos menos los responsables de las cadenas que siguen mudos y menos la portavoz del pepé en el Congreso en la comisión de derechos de la Mujer y de Igualdad de Oportunidades, la va- lenciana Susana Camarero , que responsabilizó a Zapatero - con eso ya contábamos - y aseguró que «los medios no tienen la culpa, ya que habría perdido la vida con programa o sin él». Es natural, por tanto, que defienda a los medios que actúan así. Su visión de los derechos de la persona y de la igualdad de oportunida des es una bomba de relojería.