D e los crímenes contra la humanidad, el genocidio del pueblo judío es el reflejo más fiel de la miseria, la crueldad y la maldad a que puede llegar el ser humano. Creo que la mayoría de los que alardean de los emblemas y símbolos de aquel régimen criminal -el nazismo-, no son conscientes del terror que ensalzan y representan. Pues ¿qué encadenamiento de siniestras complicidades fueron necesarias para tanta vileza Sin duda, no hay derecho a olvidar.

En España vivimos algunos años con la conciencia adormecida respecto al crimen genocida más atroz de la historia de la humanidad. Poco antes de que el Séptimo de Caballería se convirtiera en el prototipo de ejército heroico -sin ser conscientes, claro, del exterminio de las tribus indias-, existía en un sector de la sociedad española una clara tendencia germanófila posiblemente heredada de la guerra civil. Se admiraban las proezas militares de algunos generales alemanes, Rommel por ejemplo, el llamado zorro del desierto. Y esa admiración, unida a la desinformación existente durante mucho tiempo, diò lugar a que pasáramos de puntillas sobre el holocausto. Si no se negaba, se ponía en duda su magnitud. Pero la verdad termina abriéndose paso y la razón informada acaba reconociéndola sin reservas. Y con el paso de los años hemos aprendido a admirar al pueblo judío por su coraje para sobrevivir, y como decía hace poco, por las sagradas y milenarias raíces que nos unen. Sentimos por ello doblemente el sufrimiento del pueblo palestino, sin olvidar el propio de Israel y el inalienable derecho a su existencia e integridad.

H ace poco he leído en una entrevista del Magazine que la figura de Stalin ha sido rehabilitada en Rusia. Me ha causado sorpresa, pena y un conato de rabia. Desde pequeño he sentido a Rusia como la gran hermana del Este de Europa. Incluiría en ese aprecio, además de la vieja Rusia, algunas de las repúblicas que formaban parte de la extinta URSS. Cuando he leído novelas rusas del siglo XIX y principios del XX no he percibido como extraños ni sus personajes ni el entorno y el mundo que describen. No ignoro la situación de esclavitud de gran parte del campesinado ruso de aquella época. Tampoco hace tanto que en España hubo siervos. Por desgracia, Tolstoi, además de un escritor genial, no era con toda seguridad el arquetipo de la nobleza rusa de su tiempo. Después llegó la revolución bolchevique y con ella, más tarde, Stalin. Probablemente sus crímenes no estarán tan bien documentados como el genocidio judío. Pero por lo que he leído -y que me desdiga quien tenga datos más verídicos- ha habido pocos gobernantes tan macabramente sangrientos con su propio pueblo como ese hombre, digo, como ese monstruo. Resultan tan irreales estos sujetos, tan increíblemente perversos, cual si se tratare de las más abominables y terroríficas criaturas de un relato de miedo, no de un cuento de miedo para niños, pues si bien en estos puede reflejarse el mal, no así el siniestro hedor de la maldad profunda. Y sin embargo, han sido tan reales, que han impregnado la vida de millones de seres humanos. Y todavía los hay.

Es frecuente confundirse. La conciencia, en tantas ocasiones escondida, discurre sumisa y complacientemente ajena al sufrimiento de los demás. Y sobre todo, ¿cómo pudieron estar tan confundidos los mismos criminales Francesco Carnelutti, profesor que fue de la Universidad de Roma, nos respondería que por la perseverancia en el mal: «el bien procura el bien y el mal procura el mal», concluía en su estudio «Moral y derecho».

C uando está en juego el derecho a la vida, el compromiso con el mismo no admite fisuras ni margen de duda, debe ser libre de cualquier sospecha o excusa. Con ese horizonte irrenunciable, tanto en la esfera política, social y personal, aprendamos a distinguir el qué y quién nos rodea, ideas,personas , sentimientos... Posar la mente en los ejemplos del horror y rechazar hasta el eco de su mismo recuerdo. Sin olvidar.

Algunos crímenes y criminales yacerán con el tiempo en el olvido. Pero los genocidas son los monstruos de ayer y de hoy, y como las víctimas, siempre están en la memoria. En relación con éstas, es fruto de acalorado debate la ley, parece ser que de inminente aprobación parlamentaria, que tiene por finalidad la restauración moral de las víctimas de la guerra civil y del franquismo. A este respecto entiendo que debe partirse de la siguiente premisa: a ninguna persona de bien o que aspire a serlo, puede ofenderle que se reparen hoy, en la medida de lo posible, las injusticias cometidas en el pasado contra personas inocentes. Pero sería una barbaridad y un tremendo error, desconocer lo que a continuación y muy brevemente expongo. Primero, las víctimas son sólo víctimas, no se puede poseer la doble condición de víctima y criminal. Si en el pasado se honró a algún asesino, mal hecho; si se hiciere en un Estado democrático de derecho, no tendría excusa. Y segundo, los responsables de determinados crímenes en la guerra y la postguerra, fueron sólo y exclusivamente los que fueron. No puede generalizarse por lo que los de uno u otro bando hicieron en la guerra, ni dentro del término franquismo se puede pretender incluir a miles y miles de españoles que en la dictadura de Franco ejercieron con honradez algún cargo de responsabilidad. Sería injusto atribuirles un tanto de culpa en los execrables crímenes y condenas de cualquier persona inocente. Lo contrario, antes o después se volverá contra los que así actúen, sin beneficio alguno para la convivencia del conjunto de los ciudadanos y ciudadanas españolas.

Pedro-Luis Sánchez Gil es secretatio judicial director del Servicio Común de Actos de Comunicación y Ejecución.