No me digan a mi que el payo ese que le ha hinchado a patadas y a tortazos las mejillas a la jovencita de origen ecuatoriano no se merece una temporada a la sombra. He leído artículos de fondo y he desempolvado manuales de cuando me dio por estudiar para picapleitos y no he encontrado fundamento jurídico alguno que me convenza de que este tipo puede estar ahora tomándose el desayuno tranquilamente. Porque, ¿iba borracho? Hombre no, de eso nada. Borracho, de lo que se dice borracho, sólo puede presumir Bahamontes, pero no el famoso ciclista, sino otro, un perdido, que por las mañanas daba mítines a la salida de misa ensalzando las hazañas de los requetés y por las tardes levantaba el puño delante del cuartel de la Guardia Civil gritando con toda la fuerza que le dejaba su melopea: «Viva Rusia», «Viva Rusia». Así, hasta que le sacudieron el polvo de la chaqueta y del pantalón; a partir de entonces dejó la política a un lado y la botella en el otro. A este tipo le daba por esas cosas, ya ves, verdaderos asuntos de borrachos. Pero al otro, a Sergi Xavier Martín, le gusta repartir hostias entre los débiles. Y no es que aquel día llevara un pedo de campeonato. Lo que le pasaba es que iba colocado de mítines racistas y jaculatorias infladas de odio. Un tipejo rabioso y engreído que dice que «iba borracho y punto», como para zanjar de inmediato el tema por si alguien le fuera a leer la cartilla debidamente. Un cobarde que es capaz de lucir su chulería con quien sabe que no puede tirarle de las patillas. Y claro, quién se atreve a cantarle las cuarenta con ese plan. Ante la tele o el ordenador parece muy fácil levantarse del asiento del metro y calentarle el careto. Pero, quién sabe si llevaba navaja o pistola. Y si hubiera sido así, ¿entonces, qué?

Sergi Xavier Martín vive en un pueblo de Barcelona y tiene 21 años, una edad fantástica para pasar una temporada ayudando a toda esa gente famélica que llega en pateras, dando lustre a los suelos y a los váteres de los centros de inmigración y asistiendo mañana y tarde a cursos de reeducación. Y sobre todo para pedirle perdón a su víctima, a sus familiares y amigos y a los que nos hemos sentido indignados y avergonzados con su heróica actuación. A todos los que deseamos fervientemente que la Justicia le aplique el castigo máximo para que se entere de que ese «y punto» con el que se ha descolgado no es suficiente, ni mucho menos. Pero esa Justicia se ha mostrado pacata y tímida dejándolo en libertad sin fianza. A lo mejor hasta le da la razón y aquí acaba pagando el que menos culpa tiene. Por eso, ante el desaguisado que nos han servido con generosidad por internet y por televisión, ante este brutal acto de xenofobia, yo me pregunto: ¿y punto?