E l pasado domingo (30-09-2007); se publicó en estas mismas páginas un inaudito artículo de opinión de don David Garrido Valls, polígrafo habitual de este diario. Estoy habituada a la sana práctica de la crítica científica, pero debo confesar que nunca me había enfrentado -de ahí mi sorpresa - a la descalificación apriorística de un proyecto de investigación histórico-arqueológico y de sus responsables científicos (calificados en las primeras líneas como «historiadores cortesanos», «paniaguados» «enchufados» y «dilapidadores», entre otras lindezas);, del que únicamente se había dado a conocer la breve noticia del inicio de los trabajos en el yacimiento arqueológico ilicitano del Castellar de Morera, el 24 de septiembre.

No me molesta la libre expresión de una opinión, por más que lamente lo inapropiado de sus modos agraceños, pero como investigadora y docente al servicio de una institución pública destinada a producir y transmitir conocimiento histórico, y como responsable legal y científica de dicho proyecto, junto con el historiador de la Université de Lyon II, Pierre Guichard, autor de la fundamental «Al-Andalus. Estructura antropológica de una sociedad islámica en occidente», y el arqueólogo medievalista del MARQ, José Luis Menéndez Fueyo, no puedo callar ante la frívola acusación de dilapidar el erario público, ante el menoscabo de las instituciones científicas que amparan nuestro trabajo, ni ante el respeto que me merecen los alumnos universitarios que han participado en él. El proyecto del Castellar de Morera ha surgido como un revulsivo ante el abandono secular de un importante yacimiento ilicitano, mencionado ya por Cristóbal Sanz en 1621 y dado a conocer por Pedro Ibarra, pero olvidado por la investigación reciente. Se trata de una investigación de equipo que integra otros investigadores de reconocida competencia en la historia y arqueología de al-Andalus, como son Rafael Azuar, director del Museo Nacional de Arqueología Marítima de Cartagena, Javier Martí, director del Museu d$27Historia de Valencia, y Josefa Pascual, del Servicio de Arqueología Municipal de Valencia a más de los expertos en campos colaterales como la prehistoria y la zooarqueología.

Su objetivo primordial es la explicación histórica del asentamiento a la luz de los convulsos procesos de la formación de una sociedad islámica entre los siglos VIII y X, entre los que se sitúa la problemática de la localización del topónimo árabe «Al-$27Askar» (el campamento);, aparente trasunto de una realidad percibida como urbana por el geógrafo oriental al-Ya$27qûbi a finales del siglo IX. La eventual identificación de ese emplazamiento con el yacimiento explorado emana de una hipótesis formulada por el profesor Guichard y de inminente publicación en el segundo volumen de la revista «MARQ, arqueología y museos», basada en la confrontación rigurosa de las fuentes árabes (al-Ya$27qûbi, al-$27Udri, o Ibn Hayyân); con el valioso testimonio de la «Yamhara» o tratado de genealogía de Ibn Hazm, que radica en los distritos y alrededores de Elche al linaje árabe de los Banû al-Sayh, famoso por sus episodios de disidencia en los castillos de Alicante y Callosa de Segura entre los años 924 y 928.

La discusión sobre al-$27Askar se contempla necesariamente en la estrategia de investigación científica diseñada, sin que su eventual identificación altere o afecte la labor de documentación arqueológica emprendida y que, por cierto, nada tiene que ver con la búsqueda de «míticas ciudades» por «aprendices de Indiana Jones». Nadie pretende «jugar con nuestra historia patria» porque, entre otras cosas no creo que las patrias - si es que existen, que lo dudo - , tejan historias seculares con invisibles hilos continuistas. La discrepancia científica requiere rigor y competencia en el conocimiento que se discute y dado que el señor Garrido ampara su opinión en la «voluntad de informar y de servicio público» me veo en la obligación científica de aclarar yo también algunas inexactitudes de quien se arroga el derecho de calificar el procedimiento científico del equipo en que me integro -no ya sus resultados, que aún no conoce - de «tonterías supinas» (É); «a base de postulados nacidos desde la inopia».

S in entrar en la ausencia de crítica textual de las fuentes árabes traídas a la discusión por el señor Garrido, que invito a comparar con el análisis del profesor Guichard antes aludido, debo señalar que por más que él lo afirme («lo digo yo»); y lo explique convenientemente «por activa y por pasiva» en diversos monográficos veraniegos (curioso aparato crítico aquel que únicamente se basa en la autocitación como principo de autoridad); el estado actual de los conocimientos impide afirmar que «Elx estaba en su emplazamiento actual desde final de la época visigoda». Tampoco es de recibo apoyar tan temeraria afirmación en la autoridad de los hermanos Ibarra, de cuya labor erudita y pionera nadie duda, pero que fueron, como todos, sujetos condicionados por los conocimientos históricos de su época, y baste recordar que el capítulo dedicado al Castellar de Morera por Pedro Ibarra en su fundamental «Elche. Materiales para su historia» de 1926 está ilustrado gráficamente con unos materiales que él consideró neolíticos y que hoy nos es posible reconocer como islámicos tempranos. Tampoco es de esperar que las opiniones formuladas en 1840 por J. A. Conde, o las de E. Leví-Provençal y M. Gaspar Remiro, en las primeras décadas del pasado siglo, arrojen mucha luz en el debate actual. Los recientes trabajos de la fundación universitaria «La Alcudia» en Ilici, demuestran la existencia de importantes contextos visigodos (a más de algunos materiales emirales por el momento descontextualizados); y la convierten en la más plausible identificación de la ciudad mencionada en el famoso Pacto de Teodomiro del año 713. Por el contrario, las intervenciones realizadas en la actual ciudad de Elche no documentan vestigios anteriores al siglo XI, llegando en algunos casos muy concretos como el del Palacio de Altamira, a rozar tímidamente los umbrales de finales del siglo X. El hiato material es, hoy por hoy, incuestionable.

E n mi libro sobre «La Cora de Tudmir» sugería como hipótesis una ruralización del poblamiento previa a la estructuración de la medina de Elche auspiciada por la estabilidad califal; por el contrario, Guichard propone la eventual identificación de un asentamiento islámico temprano, quizá de origen campamental y con rasgos «urbanizantes», cuya significación histórica sólo se explicará a la luz de los resultados de una investigación, en la que como el mismo señor Garrido dice, «la humildad y la paciencia son requisitos indispensables», así como el rigor, añadiría yo. Es obvio que nuestro proyecto no tiene por objeto buscar con ahínco «los calzoncillos de Amílcar Barca» ni las «babuchas que $27Abd ar-Rahmân III» se olvidó «cuando se bajó del caballo para miccionar en esos parajes», pero no lo es menos que con el esfuerzo de esta semana de trabajo, con un reconocimiento de estructuras y materiales, con ya una topografía contrastada en la mano y sin olvidar los esfuerzos pioneros del Grupo Ilicitano de Estudios Arqueológicos, sabemos -si se me permite el chiste - que el todavía Emir hubiera podido elegir para satisfacer tan acuciante urgencia cualquier discreto rincón de un amplio recinto amurallado de más de 11 hectáreas, con adarves perimetrales, al menos tres conjuntos edificados en su parte alta y numerosos restos cerámicos y constructivos, que obligan a materializar un lugar hasta ahora invisible y plantean la problemática del asentamiento temprano musulmán en la región de Elche, se trate o no de un al-$27Askar concreto; mientras tanto, hablar del Elche actual entre los siglos VIII y X sí es, hoy por hoy, una entelequia. Quede claro para concluir, que estas líneas no iban destinadas a combatir el disentimiento ni pretenden zanjar una discusión que afecta al patrimonio colectivo y se financia con el erario público y sobre la que todos podemos opinar, pero conviene recordar, parafraseando a nuestro polígrafo autor, «qué atrevida es la ignorancia» y que únicamente la falta de rigor científico convierte la historia en un «vodevil». Sonia Gutiérrez es catedrática de Arqueología de la Universidad de Alicante.