H ace más de una década publicábamos en estas páginas que los apagones que sufría Benidorm ni tan siquiera servían para aumentar los índices de natalidad. No había romanticismo en aquella oscuridad; aquellos apagones crispaban a todo el mundo. Tras una serie ininterrumpida de veranos a dos velas, Iberdrola despidió el siglo XX en la comarca anunciando unas inversiones multimillonarias con las que iba a garantizar la infraestructura eléctrica para los próximos veinticinco años. No hemos llegado al ecuador de ese plazo y volvemos a estar como entonces, con unos usuarios indignados y unos empresarios escaldados. La compañía reforzó la Marina Baixa con nuevas subestaciones obligada por una demanda que se iba a disparar con la apertura de nuevos parques temáticos (Terra Mítica se inauguró en julio del año dos mil); y por el nuevo «boom» urbanístico que explotó en municipios como La Nucía, Finestrat o La Vila Joiosa. El apagón de este verano en Barcelona nos trajo recuerdos imborrables, y pocos se imaginaban que fueran a reproducirse las imágenes de hace una década cuando se iba la luz en plena temporada alta: cuatro gotas de lluvia eran suficientes, y cuando no era un rayo, la culpa de los apagones la tenía el salitre de la atmósfera. No hay que perder muchas energías en buscar culpables sobre los apagones de este fin de semana en Benidorm. Iberdrola debe reforzar otra vez una red sobrecargada mucho antes de lo que se imaginaba hace diez años.