Q ue Alberto Ruiz Gallardón es un político ambicioso ya se sabe. Es consustancial al buen político, y es cierto, parafraseando a Pompidou , que la ambición es un elemento motor de la humanidad. No se fíe de los políticos que siempre andan pregonando que llegaron al puesto por casualidad, que ellos no quieren llegar a presidente del Gobierno, que actúan con afán de servicio, etcétera. Mienten. Mire usted a Sarkozy , mire al propio Zapatero , que tienen tanta hambre de balón de mando. Pues Gallardón, con todos sus defectos, que tiene un montón, es el más sarkozyano, o el más zapaterista, del elenco del PP. Donde, por cierto, ya sigo creyendo que el mejor de todos ellos se llama Mariano Rajoy , que lamentablemente es ese señor que pasa los veranos escondido en algún lugar de Galicia y los inviernos tratando de no tomar avión alguno que le conduzca más lejos de Pontevedra, donde encima no hay aeropuerto digno de tal nombre.

Tengo para mí que el revuelo provocado por unas manifestaciones de Gallardón que no son nada novedosas - ya se sabía que quiere ir en la lista madrileña para el Congreso de los Diputados, y en el número dos, además - se debe a dos factores: el menos importante, que no hay noticias políticas de mayor envergadura. El más trascendente, que en el PP, que se va acostumbrando a las ventajas de ser el «partido de la oposición», faltan ganas de llevar el maillot amarillo: « Espe » está satisfecha en su nicho, que no es poco dadas las circunstancias; Camps , lo mismo, porque tampoco podría aspirar a mucho más; Zaplana y Acebes entonan cada mañana el «virgencita, que me quede como estoy»; Rato ni está ni se le espera, y los otros aguardan, en los cómodos sofás de la sede de Génova, a que la oportunidad pase por su puerta, sin ir a buscarla.

En estas condiciones - en el PSOE pasó lo mismo con Bono , hasta que llegó, como un huracán, el falso Bambi con Zarpas de Zarrrpatero - , a todos les molesta que llegue un tipo como «Albertito», que no respeta las formas, con disfraz descorbatado de alpinista y queriendo subir a la cumbre, sin darse por satisfecho con su sillón de alcalde, con lo que manda el alcalde de Madrid, hombre. Y encima, pedalea peor que su jefe, tan aficionado al ciclismo gregario.