Hay muchas formas de enseñar al público los fondos de un museo como el MUBAG. El hecho en sí ya debería causar curiosidad y más si se nos propone una selección tan ambiciosa como ésta, que pretende abarcar un periodo de varios siglos. La colección del MUBAG posee grandes deficiencias, producto de una ausente política de adquisiciones coherente, con la excepción de las compras llevadas a cabo por Mario Candela de arte contemporáneo. Pese a ser una colección producto de donaciones y criterios muy arbitrarios, posee algunas piezas magistrales, tremendamente arriesgadas para su momento, que nos desvelan no sólo el potencial y las inquietudes de unos artistas, también la transmisión del conocimiento artístico. Piezas como «Muchacha con molinete» (1954); de Manuel Baeza y «Conversación de ancianas» (1954); de Xavier Soler, que nos muestran dos maneras muy diferentes de concebir la pintura. O «La alberca» (1952); de Pérez Pizarro, un tratamiento exquisito de la textura pictórica, este autor acabó haciendo una abstracción muy interesante. Pero estos logros no los podemos ver aisladamente con serenidad y sin interferencias de otras obras en una sala abarrotada y mal acondicionada. Esta especie de colectiva coloca de manera aleatoria a los autores, siguiendo una clasificación por temas vacía de contenidos y que no nos dice nada ni de la evolución de cada género pictórico ni, por supuesto, de la trayectoria de cada artista. En general la exposición es un despropósito desde el planteamiento, sin ninguna idea clara que mostrar, hasta su desarrollo, por la mala selección y colocación de la obra expuesta. Nada más entrar en la sala nos encontramos de frente con «Escena de mercado» (1944); de Rigoberto Soler y con la excesiva «Presagio de tormenta» (1931); de Andrés Buforn, obras torpes y grandilocuentes, sin la más mínima preocupación pictórica dentro del rigor a que nos somete la historia del arte. Buscamos apresuradamente los varelas para resarcirnos del susto, dos espectaculares paisajes. Impresiona la valentía de ese primer plano verde tratado con una gran sensibilidad, como el resto de la superficie pictórica que nos ofrece una composición geométrica de la vista de Alicante. Pero en ese horror vacui en el que se disponen los cuadros en la sala, sin apenas espacio entre ellos, los cuadros de Varela quedan encerrados junto a «Almendros de Santa Faz» (1951); de José Pérezgil, cuadro imitación del mundo de Varela con el que intenta competir. Seguramente la Diputación posee obras mejores, más representativas de este autor. No se le hace ningún favor el situarlo en el mismo plano que a Varela, siempre saldrá perdiendo. Estos son los autores de nuestra historia, elijan sus mejores obras y dispónganlas de tal manera que ocupen el espacio sin tener que darse de bofetadas. Es penoso ver un espléndido Pancho Cossío en un pasillo, enfrente de una vitrina, etc. Pero, ¿cómo se ha consentido esto, no tiene la Diputación historiadores de arte? ¿Existe una dirección del museo? Hacemos estas preguntas sabiendo de antemano la respuesta. No ha habido nunca un proyecto museístico. Los dos directores del MUBAG han sido dos hombres de paja. Que sólo admitiendo el cargo han demostrado su grado de frivolidad. En esta exposición, se ha demostrado que desconocen los valores plásticos de las obras de sus fondos. Con lo cual, todo lo que se hace y se proyecta en este museo carece del más mínimo interés ya que nada está proyectado desde el conocimiento. Les aconsejo que tapen los huecos de las ventanas y los del muro que divide la planta en varios espacios, con ello conseguirán un plano ininterrumpido que dará continuidad a la mirada, evitando el efecto laberinto.