D esde hace miles de años, pulula una vieja creencia que, no sólo equipara la cara de las personas a las de los animales, sino que, además, las divide, agrupa y diferencia, según el tipo de animal y, por consiguiente, de personaÉ

Existirían básicamente, según esta tradición milenaria, los siguientes tipos de cara, a saber: cara de pájaro, cara de tortuga, cara de pez y cara de perro o gato.

No piensen que me he vuelto loco, ni mucho menos.

La teoría que procede del mundo asiático va más allá y llega a afirmar que las cualidades de los animales son transferidas a las personas que poseen dichas caras.

Pero, como todo esto suena a milonga, lo mejor será comenzar a poner ejemplos para que todos nos entendamos.

Empecemos por el presidente del gobierno. El señor Zapatero es claro ejemplo de alguien cuyas facciones se sitúan en la denominada cara de pájaro.

Ni que decir tiene que la principal cualidad de estos animales es volar y, cuanto más alto, mejor.

Claro que, a estas alturas, ya habrá alguno que estará pensando que, otra cosa que hacen muy bien los pájaros, es vivir en las nubesÉ No me sean malos.

Sigamos ahora con el presidente del principal partido de la oposición. El señor Rajoy, sin embargo, sería un claro ejemplo, de cara de tortuga.

Sus facciones ovaladas le acercan a este animal cuya principal virtud es su constancia y perseveranciaÉ

Claro que, a estas alturas también, ya existirá algún otro lector pensando que sí, pero que, otra de sus cualidades es que siempre llegan tarde...

En fin, que no se trataba de hablar de política sino de animalesÉ Así que, discúlpenme la broma y pongámonos a hablar de verdad de caras de animales.

Por ejemplo de la mía. Sin lugar a dudas, visto lo que veo cada día, no es sino una auténtica cara de perroÉ Y algunas veces de presa.

Y es que, los animales están tan íntimamente ligados a nuestra vida que, evidentemente, por algún lado tenía que salir el asuntoÉ

¿Cuántas veces han oído aquello de que los dueños se parecen a los perros Pues, francamente, aunque puede que no exista ley científica fundamental alguna que así lo acredite, la realidad es que parecerse, se parecenÉ

Puede que sea porque al elegir el animal buscamos una cierta fisonomía que no nos produzca rechazo, puede que sea porque el animal mimetiza de tal forma algunos de nuestros gestos que, por ejemplo, al final, a fuerza de acompañarnos en nuestros paseos, acaba andando como nosotrosÉ O a fuerza de mirarnos acaba imitando nuestro gesto.

Sea como fuere, el ejemplo está claro. Mírenme sino a mí. ¿Tengo o no tengo cara de perro ... La respuesta es síÉ Lo malo es que, en mi caso, a fuerza de ver lo que veo cada día, encima se está poniendo de presaÉ ¿Qué le vamos a hacer ¡Gajes del oficio!.