S i en el municipio grancanario de Mogán los votantes premiaron el domingo un escándalo urbanístico y otro de compra de votos, en el malagueño Alhaurín el Grande las comisiones ilegales no le han quitado la alcaldía a su regidor. Los mallorquines de Andratx no ignoran el gran protagonismo que la corrupción urbanística ha tenido allí, pero sus protagonistas han ganado votos, lo cual demuestra el innegable atractivo de la corrupción. Para construir urbanizaciones ilegales, el alcalde abulense de Navas del Marqués permitió la tala de 35.000 pinos de gran valor; pues bien, sus habitantes se lo han recompensado incrementándole el número de concejales. Y seguramente en agradecimiento a que el nombre de Castellón resonara en todo el país por los prodigios de un hombre que, entre otras cosas, aumentó grandemente su patrimonio en cinco años, y encima Hacienda le devolvió lo que ni a usted ni a mí, por no hablar de los negocios de su número dos, el partido al que pertenece ha aumentado su número de votos. Y en Alicante ha pasado otro tanto y lo mismo en sus localidades de Orihuela y Torrevieja. Según esta tendencia se entiende bien que el actual president de la Generalitat de Valencia, que como máximo responsable de su partido ha apoyado incondicionalmente a los protagonistas de esos escándalos, haya incrementado sus votos. Son muchos más los ejemplos. Pero esta obviedad que señalo, ese voto a la corrupción, suponía uno que no habría dejado de llamar la atención a muchos ciudadanos y, sin embargo, con ser llamativa esa realidad, no es lo peor; lo peor es que no cunde el asombro: la corrupción no pierde las elecciones y llega a parecer cosa normal y hasta motivo de alarde. De modo que no sé si Gaspar Llamazares , que ha venido clamando por un acuerdo de todos contra la corrupción, habrá pensado en retirarse de la política o si algunos que tomaron la denuncia de la corrupción como arma electoral habrán decidido ya promover a sus corruptos a las primeras posiciones de sus partidos para ganar elecciones. Me acordé la noche del domingo de las tres clases de ingratos que establecía Ramón y Cajal : «los que callan el favor, los que lo cobran y los que lo vengan». No seré yo quien entre en calificaciones, pero si el futuro que nos prometen algunos de los ganadores de las elecciones del domingo va a seguir esos derroteros morales no cabe la menor duda de que esta es una sociedad enferma y que además la salud de su ética importa un pepino. Eso, que para algunos significa que maldita falta hace la decencia, puede suponer para otros la necesidad de buscarse con urgencia otro modelo de sociedad. Aunque también es verdad que no todos los que llegan a esa conclusión están dispuestos a molestarse. Ahora bien, el domingo, además de acordarme de Ramón y Cajal, quise olvidarme de lo que decía Pío Baroja del hombre - «Un milímetro por encima del mono, cuando no un centímetro por debajo del cerdo»- y preferí acordarme de Cervantes: «Cada uno es como Dios lo ha hecho y, muchas veces, peor».