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a llegado el día después. Empiezan los analistas y sociólogos, los politólogos y los reflexionadores profesionales a emitir opiniones intentando explicar al común de los mortales qué ha pasado en las elecciones del domingo. Quienes no dominamos la estadística y no somos, por tanto, capaces de cocinar los datos, quienes somos simples como el asa de un cubo y legos en la intrincada ciencia del maquillaje político, analizamos esto como si de un partido de fútbol se tratara: unos tienen 10 y otros 12. Han ganado los que han sacado más votos y no se puede estar, por eso mismo, empeñado en discursos de despiste en el que todos se presentan como ganadores en cierta medida, en lo que es un llanto por lo imposible al estilo de Boabdil. Hasta Llamazares, que lo he oído yo con estas orejas que tienen que acabar en el crematorio.

Alperi, para asombro de propios y extraños y él mismo lo ha calificado como «un milagro», ha sacado en Alicante más votos que Etelvina. Puede seguir gobernando muellemente cuatro años más, aparte de otras consideraciones, por la estupidez política cometida en esa asamblea de niños de Izquierda Unida, en la que decidieron ir solos. Si hubieran ido lo mismo que han acudido a las urnas en la Comunidad, no se habrían evaporado por el desagüe nueve mil votos y estaríamos hablando de otro gobierno para Alicante, pero todo eso no son sino futuribles que no llevan a ningún sitio, como no sea a escarmentar para la próxima.

Por lo que nos toca más cerca, llego a las conclusiones siguientes: Etelvina es una candidata magnífica y me sigue poniendo, que no soy de los que cambian fácilmente de chaqueta para decir aquello de «creía que íbamos a ganar los de derechas y hemos ganado los de izquierdas». Está obligada a «aguantar el tirón» y a utilizar su mucha capacidad haciendo una oposición dura, efectiva y contundente, cantando la gallina a Alperi tantas veces como se merezca, que van a ser muchas. Alperi, que se ha escapado por pelos -por la estupidez aludida en la asamblea de marras-, va a seguir yendo sobrado, va a continuar queriendo poner la Casa del Mediterráneo en el monte y asfaltando hasta el último metro de playa -le he oído decir uno de los últimos días de campaña que hay que seguir edificando para mantener los puestos de trabajo. Asfaltemos, pues, el Benacantil y todo lo que se ponga delante-. Etelvina está en la obligación moral, política y jurídica de ser freno, de ser la voz y los ojos de un gran número de ciudadanos, ante ese afán desaforado de poner un ladrillo sobre otro indefinidamente. Decía Alperi en su campaña, que con él íbamos a estar, todos, mejor y más cómodos. Vamos a ver si es verdad.

Siguiendo en la cercanía -lo mismo que me ha sorprendido que Etelvina no haya salido alcaldesa desde las urnas del domingo-, me ha resultado normal que Pla se haya pegado el enésimo batacazo, y no es que me alegre. Pla -con todos mis respetos- debería darse cuenta de que él no va a ganar nunca la Generalitat, y actuar en consecuencia dejando paso a otro que posibilite un gobierno de izquierdas en la Comunidad. Si con la derecha enfrentada en luchas intestinas -acuérdense del zaplanismo porque lo van a oír muy pocas veces más- y con las sospechas que han sombreado a más de cuatro candidatos, Camps ha sacado mayoría absoluta, dígame Pla qué terremoto o que tsunami espera para encontrarse en unas circunstancias más favorables que las vividas. ¿Se encomendará en sus aspiraciones a la Santa Faz o a la Mare dels Desamparats Es hora, entiendo como ciudadano libre para expresar mi opinión política, de que coja la maleta y haga mutis por el foro. Empeñarse en permanecer «porque están cerca las generales y hay que mantener el aparato», puede llevar a otro descalabro y a más lamentaciones.

Lo diga quien lo diga, las elecciones de ayer han sido unas primarias en toda regla y es preciso sacar conclusiones claras de las mismas. Nada se acaba aquí. Continúa la campaña -la misma que lleva tres años ininterrumpidos- hasta las generales.

Pepiño Blanco haría bien en reflexionar e incluso en hablar con propiedad. Lo oigo, atado a la radio en la noche electoral, decir literalmente: «Si prescindimos de Madrid». «La diferencia que hemos sacado en Madrid». ¿Se puede -ni siquiera como hipótesis- prescindir de Madrid Eso es confundir a la gente, algo que entendíamos como patrimonio de otros, y si no sabe expresarse con claridad, que se quite y se ponga otro. En Madrid, usted no ha sacado ninguna diferencia, la han sacado los otros, que no es lo mismo -dicho esto por uno que no está en el partido ni se le espera, pero que desea que continúe gobernando la izquierda en este país ya que no ha podido ser en esta capital.

Durante tres años largos, hemos aguantado el discurso del 11-M, que no cesa aunque el juicio esté siguiendo su cauce normal, que no cesará en la campaña que nos espera, y que ejerce como «la lluvia fina aznariana» que cala imperceptible pero profundamente en los despistados y en los sectarios. Durante tres largos años hemos asistido a una patrimonialización de la bandera, de la idea de España y de los «rojos separatistas y comunistas que quieren destruirla». Hemos asistido a la repetición de que impera «la permisividad con la banda etarra, que se presenta a las elecciones disfrazada -como tantas veces y con tantos nombres- y vulnerando la Ley de Partidos». Hemos oído mil y una historia para no dormir acerca de infraestructuras necesarias y, tanto si algo se hace como si no, hay que explicarlo para que la gente se entere. Hemos visto -y ahora lo hemos podido comprobar- cómo «los paseos terapéuticos de mi amigo De Juana, para recuperar masa muscular», han hecho una auténtica labor de zapa en la imagen de Zapatero. Todo eso ha podido más que el hecho de que haya señores literalmente forrados -fulanito de tal ha recibido equis donaciones, menganito invirtió 30 y ha ganado trescientos, el otro multiplicó su patrimonio en pocos años-. Convendría que alguien, quien corresponda, reflexionara sobre el particular y adoptara las medidas de corrección necesarias. De lo contrario, si esperan a que pasen las generales para hacer algo, van -vamos- camino del abismo. Como los ciegos del Evangelio, esos que se guiaban el uno al otro.

Manuel Avilés

es funcionario.