Se lo preguntaba ayer (y me lo preguntaba a mí, de paso);, recién salido de la ducha, con la mesa puesta (el café para acabar de despertarse, los periódicos para terminar de confirmar lo que ya sabía desde la madrugada anterior);, un ex alto cargo del PP, incrédulo todavía, y pese a todo, con el triunfo, más que inapelable, provocador, de su partido. «¿Pero qué le pasa a la peña?». Y la respuesta es que a la peña no le pasa nada. Contrariamente a lo que defendiera Anguita, el elector no sólo no se equivoca, sino que manda mensajes contínuamente que indican a las claras cuál es el criterio que tiene formado. Que se quieran o no se quieran entender es otra cosa. Por eso, estas líneas tratan de aportar alguna explicación a lo ocurrido el pasado domingo, a esa victoria aplastante del PP y a ese hundimiento sin paliativos de sus oponentes. Pero nada de lo que aquí se escriba le sonará a nuevo a nadie que haya seguido, sin ir más lejos, este periódico en los últimos cuatro años. Es cierto que las campañas electorales, de la misma forma que suben la tensión, distorsionan por unos días la visión de quienes más de cerca las vivimos: políticos y periodistas. Pero es verdad también que las cartas están echadas desde mucho antes en el terreno en el que de verdad importa, el de los electores que con su voto quitan a unos y ponen a otros. La campaña para las elecciones municipales y autonómicas de 2011 empieza a disputarse hoy, porque a partir de hoy todo lo que hagan y/o digan los representantes de los ciudadanos comienza a apuntarse, consciente o inconscientemente, en su debe o en su haber. Cuando luego pasa lo que pasa, no cabe llamarse a engaño: nadie perdió, ni ganó, en estos últimos quince días; la victoria y la derrota comenzó a fraguarse al comienzo de la legislatura.

¿Qué queréis hacer?. «A pesar de la matanza perpetrada entre sus propias filas y del desgaste de doce años de gobierno, el PP tiene movilizado a su electorado mientras que la izquierda parece no lograr hacerse creíble ante el suyo» (El mensaje es el medio. INFORMACION. Página 2. Domingo, 13 de mayo, primer domingo de campaña);.

Disculpen la autocita, que no suelo hacer. Pero viene a cuento de lo que estaba diciendo, de que los lodos de los que ahora se queja el PSOE, deprimido por una derrota mucho mayor y mucho más cruel de la que jamás había pensado, vienen de polvos muy antiguos. Si el PP de Camps ha obtenido un triunfo histórico, borrando de paso del mapa definitivamente a Eduardo Zaplana, es porque sí supo transmitir un mensaje convincente para su propio electorado, el de que esta Comunidad iba bien y puede ir mejor, mientras que la alternativa representada por Joan Ignasi Pla en ningún momento ha sido capaz de hilvanar un discurso que pudiera competir. Los socialistas y Pla se han pasado cuatro años repitiendo diagnósticos que los ciudadanos ya tenían hechos (la educación va mal, la sanidad va peor...);, pero sin esforzarse en explicar, si es que la tenían, cuáles eran sus recetas. Oir un mitin de Pla era como ir al médico y que te dijera:

-«Tiene usted una grave enfermedad».

-«¿Y qué me recomienda, doctor?»

-«Ah, no. Ya veremos».

Si se les apretaba -cosa que en este periódico hemos hecho hasta decir basta-, entonces improvisaban sobre la marcha, y lo mismo hoy querían hacer a Alicante ciudad de cruceros (!);, como mañana emporio de negocios. Un día venía Zapatero a anunciarte la Casa del Mediterráneo, una actuación en sí misma importante y atractiva, y otro día se traían a Moratinos para presupuestarla apenas en un millón de euros, con lo que el gozo en un pozo. Todo un aquí te pillo aquí te mato de última hora. Por citar otros ejemplos: Etelvina Andreu diciendo Rabasa no y Puertoamor tampoco, al tiempo que sus dos secretarios generales, tanto Pla como Roque Moreno, se reunían con los respectivos empresarios para pedirles tranquilidad y susurrarles que Rabasa sí y Puertoamor también. «Eso no llega a los ciudadanos», decían ufanos cuando alguien les hacía ver tanta contradicción en el discurso. Es posible que el detalle, no. Pero la sensación de falta de solidez, de incoherencia, de escasez de trabajo, sí. Eso los ciudadanos lo palpan con una claridad pasmosa. Y si no, que miren a las urnas y verán.

El ladrillo y el agua. Hay un fenómeno que estas elecciones han puesto de relieve probablemente con más énfasis que ninguna. El electorado propio del PP tiende a votar más con el corazón que con la cabeza. Siente que principios que le son muy íntimos pueden estar amenazados por la izquierda, incluso si sólo se trata del gobierno de un ayuntamiento, y es capaz por tanto de votar candidatos que no le gustan, «tapándose la nariz», como muchos de ellos dicen, para cerrar el paso a esa izquierda a la que visceralmente temen. El votante de izquierda, al contrario, es más proclive a votar con la cabeza que con el corazón, y prefiere abstenerse antes que votar unos representantes que no le convencen, aunque vayan amparados bajo las siglas con las que ese mismo elector más se identifica.

En las cúpulas de los partidos, curiosamente ocurre lo contrario: la dirección del PP lleva años demostrando que planifica muy racionalmente sus estrategias, mientras que la del PSOE o la de Esquerra Unida no lo hacen así. Los primeros, los socialistas, ni siquiera planifican: creen, y por muchas veces que fracasen dan la sensación de que no acabarán de aprender la lección, que las elecciones las va a perder el otro, y que no hace falta para ganarlas más que esperar. Falso. Y en EU se mueven exclusivamente por las vísceras, y así les va: un pequeño grupo es capaz de determinar, como ha ocurrido por ejemplo en Alicante, el futuro de toda una ciudad. Pero resulta que en ese futuro no van a estar ellos. Eso sí: estéticamente quedan como dios, aunque en realidad lo único que consigan es traicionar a sus propios votantes y, en la práctica, a esos principios que tanto dicen defender.

Así, no sólo planificando con cualquier cosa menos con la cabeza, sino incluso despreciando cualquier indicio que la realidad señalara, el PSOE por ejemplo ha hecho en esta Comunidad la política de comunicación más nefasta que se pueda imaginar en dos cuestiones tan relevantes, por ejemplo, como son el agua y la construcción.

Respecto al agua, insisto en que los resultados están ahí: si hay dos alcaldías paradigma, éstas son las de Villena y Aspe. En Villena el vuelco a favor del PP ha sido espectacular. En Aspe, también los socialistas han perdido después de décadas el gobierno. Ambos alcaldes acabaron sumándose al discurso general de su partido, el de que el trasvase era cosa de ricos y de este periódico, que al parecer después de casi siete décadas de historia no conocía la historia de esta provincia. Y lo han pagado.

Y en cuanto a la construcción, tres cuartas de lo mismo. El discurso de un partido que aspira a gobernar no puede ser tan radical como el que en determinados momentos el PSPV ha mantenido. Hay mucha gente en la Comunidad Valenciana que depende de ese sector, y limitarlo para que no acabemos viviendo de depredar el territorio es una cosa, pero satanizarlo es otra bien distinta, sobre todo cuando se va a elecciones, aunque sólo sea porque estás asustando a trabajadores que son potenciales votantes tuyos. La cúpula socialista, en un error de libro, ha amparado y hecho de altavoz de los eurodiputados que vinieron a estas tierras a hacer un informe que en definitiva concluía que aquí se estaba estafando a mansalva a todos los que querían comprarse una casa. Olvidaron, los dirigentes socialistas, dos cosas, que para más inri tienen que ver con su propia historia. La primera, que la Comunidad Valenciana forma parte de España y España es un estado de Derecho miembro de la UE, con un sistema judicial lento pero ni mejor ni peor que el de cualquier otro país europeo y que, por tanto, éste no es el reino de Luis Candelas. ¿Hay estafadores? Sí. Y leyes para perseguirlos. Permitir que se transmitiera la imagen que se ha difundido no era la mejor de las opciones para un partido que tiene algún día que gobernar y que, además, fue el que parió la maldita LRAU. Pero es que, además, esto ya lo habíamos vivido a finales de los años ochenta. Por si nadie lo recuerda, con el tristemente famoso «Informe McMillan», un eurodiputado inglés que hizo entonces las mismas imputaciones que ahora se han hecho. Los socialistas gobernaban en aquel momento la Generalitat y el Gobierno central. Y respondieron de forma tan contundente, poniendo de relieve cuántas trampas había en aquella denuncia aunque también hubieran cosas ciertas que necesitaban solucionarse, que McMillan casi acaba en la cárcel. En todo caso, perdió el acta de eurodiputado.

No es una batallita que no venga a cuento rememorar. Viene a reforzar la impresión de que los socialistas han comparecido a esta campaña sin saber a qué venían ni qué querían hacer, que en definitiva es por lo que han perdido en un momento en que el PP pasaba por sus horas más bajas, con el partido fracturado y muchos de sus altos cargos denunciados por corrupción. El acceso a la vivienda es un problema real que preocupa a los ciudadanos, pero el PSPV no ha sabido explicar cuál era su fórmula para resolverlo. La destrucción del medio ambiente también preocupa, pero el PSPV no ha sabido mostrar cómo frenaría ese fenómeno dando alternativas para que la economía no se frenase también, que las hay. Al contrario, todo han sido ambigüedades: los discursos de Burriel, Luna, Etelvina y Pla nunca han sido coincidentes. En realidad, algunos ni siquiera han tenido interés por un asunto cuando ellos mismos lo situaban, en sus ruedas de prensa, como capital. Cuando este periódico, en la última semana de campaña, le hizo una entrevista a Pla y le preguntó por el plan Rabasa, un tema que costó una sangrienta revolución en su propio partido, el candidato a la Generalitat del PSPV empezó su respuesta por admitir que no sabía en qué estado de tramitación se encontraba el dichoso plan. ¡Como se puede aspirar a gobernar una comunidad si no haces el mínimo esfuerzo por saber lo que pasa en la segunda de sus ciudades!

Las urnas no son el Jordán. Citaba antes, al hilo del ladrillo, la corrupción. Otro de los ejes de esta campaña. En las sedes de los partidos, muchos se han quedado extrañados de que cargos públicos imputados por la justicia hayan comparecido en estas elecciones, encabezando listas del PP, y hayan renovado la mayoría absoluta. No hay por qué escandalizarse. Primero, muchos han sido también los que han pagado cara la situación: José Miguel Llorca, en Villajoyosa, cuya gestión no cabe calificar en absoluto de transparente, ha perdido la mayoría absoluta y no sabe qué será de él. También ha caído Javier Morató, en Calpe, donde estalló el «caso Aguas». Es cierto que Pedro Ángel Hernández Mateo continúa en Torrevieja y que Luis Díaz Alperi sigue en Alicante. Pero también hay matizaciones: ambos pierden apoyos, muchos, y en definitiva no continúan tanto por ellos mismos, como por los errores de sus oponentes. En Torrevieja, la mitad de la población no ha votado. Y en Alicante, a Luis Díaz Alperi le han regalado la Alcaldía los cuatro años de complicidades del antiguo PSOE, la falta de miras de Esquerra Unida, la jugada de sacarse de la manga el partido Vecinos por Alicante (liderado por quien ha llevado ante los tribunales al alcalde y, como aquí se predijo, ha terminado por ser su mayor garantía de permanencia); y el partido de la abstención y el voto en blanco, que ha obtenido más sufragios que nunca. Alperi está en estos momentos presa de un ataque de soberbia comprensible y disculpable, lo ha pasado demasiado mal como para no estallar una vez lograda una mayoría absoluta histórica en el sentido literal del término, pero sabe perfectamente que esto se ha acabado: su partido no quiere que agote esta legislatura e incluso preferiría, ya veremos lo que ocurre, que dejara el cargo antes de las próximas elecciones generales.

En definitiva, ¿qué han hecho los ciudadanos? Primero, muchos no votarles, pero tampoco votar a quien no les ofrecía garantías de gestión. Hace tiempo que se escribió aquí: la denuncia es legítima y necesaria, pero no es un programa de gobierno. Y, segundo, aplicar algo tan constitucional como la presunción de inocencia: están en manos de los tribunales, los tribunales decidirán. La izquierda, y el partido que se presentaba con el «hay que echar a Alperi» como único eslógan han sumado el domingo más votos en Alicante que el actual alcalde. Pero era un voto disperso. Como le escuché ayer decir a Antonio Fernández Valenzuela, Alperi sigue gracias a la estrategia, a la mala estrategia, de sus oponentes.

Confusión. Y a todo esto (la falta de mensaje, de coherencia y de liderazgo de la izquierda, frente a la concentración de todo ello en el PP por la derecha); se unen otros fenómenos nuevos y que será preciso analizar con más detenimiento. Por ejemplo, la irrupción del voto extranjero, esta vez de verdad. Hasta aquí, desde hace más de una década, se había hablado mucho de ello. Pero esta vez han tenido incidencia. En Finestrat, los socialistas no han perdido porque hayan cambiado después de más de veinte años de candidato. Han palmado porque los extranjeros, pocos pero suficientes, han votado al PP porque les ha prometido frenar los PAIs que amenzan sus chalets. En Parcent, han hecho lo mismo, sólo que en este caso se han cargado a una alcaldesa del PP. O sea, que no se guían por siglas. Y en Altea también son los que le han dado la puntilla a Miguel Ortiz, que tan feliz se las prometía creyéndose que podía hacer lo que le viniera en gana sin pagar por ello. Ésa es una dinámica que empieza y que irá a más, no a menos. Como tampoco ningún partido ha echado cuentas a la Red. La campaña del PP, el PSOE o EU en internet ha sido lamentable. Y, sin embargo, ahí está el voto joven, que no han sabido pelear, lo que a la postre ha perjudicado más a la izquierda que a la derecha. Por último, tampoco lo que aquí ha ocurrido puede desligarse del contexto nacional: los electores del PP tienen claro que no les ha gustado el llamado «proceso de paz». Los del PSOE, aún están esperando que Zapatero se lo explique. Y da la impresión de que muchos han decidido que, puestos a esperar, en casa esperan más cómodos. o