D icen los que entienden de esto que parece mentira que nos encontremos a menos de un mes de los comicios municipales y autonómicos. Que en los prolegómenos de otras confrontaciones electorales la cosa estaba mucho más animada; que los jefes de campaña no dejaban de dar la murga a todas horas con lamentaciones sobre el trato periodístico que estaban recibiendo sus patrocinados y con ofertas para tenerles permanentemente en el candelabro, como diría la otra. Cuentan quienes acumulan a sus espaldas muchos años de bagaje como narradores y analistas que la previa de la cita con las urnas está resultando anodina, incolora, inodora e insípida. Un auténtico pestiño, vamos. Sin embargo, el arriba firmante tiene una percepción bien distinta.

Desde que los socialistas Joan Ignasi Pla y Etelvina Andreu colocaron las primeras vallas con sus respectivos y blanqueados rostros allá por el Jurásico Tardío y las manos negras se las emborronaron convenientemente, uno tiene la sensación de que el bulle-bulle ha ido en crescendo de manera imparable hasta el actual momento procesal en el que, sin duda, la despedida de Pedro Romero como concejal de Alicante y portavoz del PP y el conocimiento que ha demostrado acerca de su nuevo destino político en lo universal le colocan por derecho propio en un relevante puesto dentro del «hit parade» del esperpento local. Es decir, que igual que el toro es toro hasta el rabo, las elecciones por venir y las jornadas de calentamiento previo se están viendo interferidas por grandes acontecimientos que se sitúan en el meollo de la cuestión, como la descomposición interna de los populares, que es imposible desvincular del 27-M. Tal vez por eso, además de por las pintorescas, grotescas, demagógicas y truculentas propuestas a las que asistimos y por la tensión existente desde el 14-M de 2004 es por lo que el antedicho considera que sus meninges están a punto de declarar el «overbooking».