J osé Guardiola Picó , arquitecto, higienista, republicano y hombre comprometido con el pueblo, ha sido, tal vez, el arquitecto que más ha hecho por nuestra ciudad. Viajero curioso, estudiante eterno, conoció de primera mano los planes que Haussmann había elaborado para transformar París en una de las ciudades más hermosas del mundo; estudió la Ringstrasse de Viena y mantuvo una estrecha relación con Ildefonso Cerdá , artífice del ejemplar ensanche de Barcelona y autor del primer tratado de urbanismo de la historia, su Teoría General de la Urbanización, publicada en Barcelona en 1867. En París, Haussmann había diseñado una ciudad a partir de plazas radiales, en Viena la Ringstrasse se hacía formando círculos concéntricos, mientras que en Barcelona, Cerdá había elaborado un ensanche ortogonal con edificios interclasistas, con jardines interiores, grandes plazas y avenidas arboladas.

Dentro de las posibilidades que tenía Alicante, Guardiola Picó, sin despreciar ninguno de los modelos citados y contra todas las trabas administrativas, económicas y políticas que le fueron poniendo en el camino, optó por algo parecido a lo que Cerdá había ideado para Barcelona. Una vez derrumbadas las murallas quiso construir una ciudad moderna, dotada de los últimos adelantos higienistas, entre ellos un alcantarillado suficiente que desembocase lejos de la ciudad -en Agua Amarga - y no en el puerto como sucedía hasta entonces convirtiendo el lugar más atractivo de la ciudad en un foco infeccioso y pestilente que ahuyentaba al visitante en un tiempo en el que proliferaban las campañas para hacer de Alicante una ciudad turística de primer orden internacional.

Tras diseñar y construir el Paseo de los Mártires, que quería llegase desde el Cocó hasta la playa de Babel, en 1890 Guardiola trazó el ensanche de la ciudad a base de grandes avenidas interrumpidas por plazas arboladas que partiendo del citado paseo se extendiesen hacia el norte y el oeste, entrecruzándose entre sí. Pero no se ocupó sólo del trazado, sino de la tipología de los edificios que se iban a construir, de tapar el sol impenitente característico de la ciudad llenándola de árboles autóctonos, adaptados a la sequía, frondosos. La Rambla, los paseos de Gadea, Soto y Marvá, el que uniría muchos años después el muelle de Poniente con la estación de ferrocarril (hoy Óscar Esplá);, la avenida Maisonnave, Alfonso El Sabio, la calle San Francisco, la ampliación del Portal de Elche, la repoblación del Benacantil, la reconstrucción y remodelación casi total de la Plaza de Toros, la construcción de la espléndida Casa Alberola, el barrio de Benalúa fueron obra suya o planificadas por él. Había en su mente, pues, un concepto global de ciudad, un concepto del que no escapaba, ni mucho menos, la belleza.

Guardiola quería una ciudad moderna, pero al mismo tiempo la deseaba bella, armoniosa, equilibrada. Los edificios debían tener una determinada altura, una fachada vistosa, ornamentada, agradable y atractiva a la vista; las avenidas y plazas, pletóricas de árboles, además de facilitar el tránsito de vehículos, habrían de ser el lugar predilecto para el paseo, el encuentro y el ocio de los ciudadanos, una extensión hacia fuera de sus hogares. Sin embargo, Guardiola no se quedó sólo en la superficie: De nada valdría una ciudad hermosa y bien trazada si sus habitantes vivían en la miseria, situación que puso de manifiesto con especial énfasis en el cuestionario remitido al ministro de Gobernación en 1895, un alegato que describe como nadie lo había hecho hasta entonces la tremenda situación vital de la mayoría de los alicantinos.

Hasta el golpe de Estado fascista de 1936, los proyectos de Guardiola Picó siguieron, de un modo u otro, ejecutándose, contribuyendo a hacer de Alicante una ciudad cada vez más abierta, agradable y personal. El franquismo desarrollista se olvidó de los conceptos urbanísticos, paisajísticos y humanos de Guardiola, dando prioridad a la piqueta, al construye como y donde quieras y a un uso del suelo contrario a los intereses públicos. Su obra fue prácticamente demolida y sustituida por el caótico paisaje urbano que hoy divisamos desde cualquier promontorio. Quedan las postales, las fotografías de aquella ciudad de finales del siglo XIX que de la mano de Guardiola Picó quiso ser bella, esas fotografías que nos emboban y aturden, que nos llenan de nostalgia y de rabia por lo que fue, pudo y dejo de ser una ciudad que de haber seguido las directrices marcadas por el genial arquitecto hoy estaría entre las más bellas del Mediterráneo.

El franquismo acabó con todo, también con Guardiola. Desde hace unos años, los hábitos constructivos de ese periodo nefasto han regresado a nuestra ciudad con más fuerza que nunca y amenazan con arrasarlo todo. No estaría de más echar la vista atrás y recuperar las ideas y proyectos de hombres como Guardiola, si es que todavía es posible. ..

Pedro L. Angosto es doctor en Historia