Les invito a vivir...

Hace algunos años se produjo una moda curiosa en el cine. Por primera vez se podían ver películas en tres dimensiones. Por supuesto, como todos los inicios, éstos también fueron duros. Para poder llegar a experimentar, aunque sólo fuera parcialmente, dicha sensación, era necesario el uso de una especie de gafas de cartón que llevaban un cristal verde y otro rojo... ¿Se acuerdan

Verdaderamente, pese a la incomodidad del invento y a que, probablemente, uno salía de la sala viendo menos que cuando entró, la realidad era que, a veces, la imagen parecía salirse de la pantalla y rozar la cara del telespectador.

Pues bien, si les parece probemos algo parecido a aquello y hagamos un experimento.

Me imagino que, en estos momentos, algunos de ustedes estarán leyendo este escrito por la mañana, sentado en una mesa de cualquier cafetería, frente a un reconfortante café. Otros lo leerán ya bien entrado el mediodía. Algunos por la tarde o puede que por la noche. Sea la hora que sea, sujeten el periódico con una mano. Mientras tanto, coloquen la otra abierta a pocos centímetros de sus ojos... ¿Ya la tienen

La mano debe quedar a unos cinco centímetros de sus ojos. Coloquen los dedos separados, de manera que sólo puedan mirar un poquito entre ellos.

¿Qué ven Observen su alrededor. Empecemos por las personas, por el camarero del bar, por su pareja, por alguien que pasa cerca... ¿Notan algo extraño

Fíjense bien. Se dan cuenta de que la cara de todos ellos parece más hostil. Al no verla completa, nos causa temor, nos asusta.

Ahora, miren los objetos que les rodean: la mesa, la silla, el sofá, la barra de la cafetería... Parecen extraños. Llevan toda la vida ahí y, sin embargo, es la primera vez que los vemos así. Sus formas parecen más afiladas y puntiagudas, más duras, más incómodas..

¿Y si nos ponemos a oler Las fragancias se distorsionan. El aroma del café se mezcla con el de nuestra piel. El ambientador se diluye y deforma. Los olores agradables pasan a ser desagradables.

También afecta a los sonidos... Se rompen entre nuestros dedos y se convierten en agresivos o, simplemente, incomprensivos.

Ahora, por último, imagínense que quieren huir. Miran a un lado y a otro, e intentan marcharse, pero su mano les envuelve y no se lo permite. No pueden coger lo que quieren, no pueden tocar a quien quieren. Están atrapados, encerrados.

Ahora, piensen que sus dedos y sus manos son como mallas metálicas o barrotes de hierro.

¡Han acertado! Así se sienten los animales que, abandonados, han de convertir una jaula en su hogar.

Pero debo pedirles perdón, al principio de este artículo les invité a sentir lo que es vivir, cuando en realidad sólo les hice sentir lo que es, cada día, morir.

Raúl Mérida es presidente de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Alicante.