Vaya exitazo el feminismo. Pregunto al aire quién nos ha traído hasta aquí. Y el universo me devuelve la imagen de una camiseta con un rótulo We Should all be feminist. Es Carlota Cashiragi en una foto robada de una revista del corazón. La camiseta es de una prestigiosa firma y cuesta 400 euros. El mensaje es el acertado título de un, hasta la fecha poco conocido, ensayo de la activista afroamericana feminista Chimamanda Ngozi. Parece lo lógico. ¿Cómo no ser feminista? Si nos ponemos con las razones para serlo me agoto las 800 palabras. ¡Es obvio que es necesario ser feminista! Pero hasta hace apenas un par de años el feminismo tenía muy poco glamour. Me cuesta recordar caras de mujeres abiertamente feministas entre las actrices, modelos, cantantes o directivas del panorama nacional de unos años atrás. Y no digamos si declinamos en o.

La relación entre la fuente -el movimiento feminista- y el contenido -el mensaje de la igualdad- era, como para otras tantas minorías, paradójica: acepto lo que dicen, no a quienes lo dicen. De manera que nosotras aprendimos aquello de «selo, pero no lo digas». Veo la foto de la camiseta y me da un latigazo. La guajira que llevo dentro me susurra que ya no va a hacer falta esconderse. Desde ese día, desde esa foto, no me corto un pelo en decirle al mundo que soy feminista, que hice un doctorado en Gender Studies y que no tengo miedo de perder el sex appeal o las oportunidades de promoción por decir esto es muy sexista. Ahora somos muchas, somos casi todas. El feminismo es tendencia. Ahora somos una masa.

Al feminismo de los noventa, al que yo pertenezco, le gustaría creer que son los años de reivindicación, de formación académica, de arte feminista, de guerra de guerrillas en los espacios de poder económico y político y todas esas manifestaciones del activismo feminista del pasado siglo, el motor de propulsión que nos ha puesto en órbita. Y claro que somos deudoras de nuestro pasado. Y por supuesto que hemos contribuido en nuestras esferas de influencia con nuestro trabajo a la expansión de las ideas feministas. Ideas que, por cierto, son las que fueron. Y por supuesto que somos felices de ver a nuestras hijas desenvolviéndose en el feminismo de las cosas con agilidad, jurando insistentes que no es no, y que el bádminton femenino no tiene público porque el telediario está construido con una mirada patriarcal. Maravilladas. Y sin ironía. Pero siento decirlo, y quiero compartirlo: no podemos arrobarnos este éxito. No fuimos tan atractivas. ¿Entonces?

Mi guajira me dice que la fórmula del éxito es un combinado de tres elementos: las redes sociales, la industria de la moda y la propia diversidad de los feminismos.

El principal, la hiperconectividad que nos caracteriza. Se nos alerta de una nueva uniformidad que recorre el mundo, fruto de que las fuentes de información y comunicación son las mismas en cualquier lugar. Y esto es válido también para comprender la expansión del feminismo. Dos, la industria de la moda y su aliada la industria del cine han abrazado el feminismo, con su potencia y atractivo para la comunicación. Si una modelo se dice feminista, lo que podría haber sido una paradoja, es ahora una fórmula para el éxito. Tres, no hay un feminismo, hay muchos, y esa diversidad le permite conectar y entretejerse con otros movimientos sociales, minoritarios o no, y sumar número y crecer en resistencia. Pero faltaría un motivo, este íntimo, personal, difícil de comprender y de describir, que podemos llamar el malestar de la feminidad, que recoge esa masa de mujeres -y cada vez de más hombres- disconformes con la organización del poder entre los sexos.

Nos hemos puesto de moda y nos hemos quedado en mayoría. Ciertamente nos puede dar un brote nostálgico, la minoría tiene su encanto. Quizá a algunas les gustaría mantenerse en esa cuota de poder de autenticidad que da el haber leído -¿y comprendido?- a tantas grandes autoras y haber hecho la revolución sexual sin contar con el beneplácito de tu madre ni de tus mejores amigas. Pero las cosas son como son, y a fe de ser sincera, tuvo su encanto solo porque éramos escandalosamente jóvenes. Por lo demás, prefiero esta era de la camiseta, aunque sea en su versión low cost.