Resulta cuanto menos sorprendente comprobar cómo una empresa instalada en Alicante, dedicada al alquiler de motos eléctricas, sólo haya podido resistir nueve meses antes de tener que claudicar y cerrar su servicio, porque los números no daban más de sí. No porque la iniciativa empresarial sea muy arriesgada, ya que la compañía está implantada en otras provincias, sino porque no ha cuajado en un entorno sui generis en el que la climatología y la afición por las dos ruedas son elementos propicios para que se asentara este negocio. Y si a ello le sumamos que un servicio público como el del arrendamiento de bicicletas en la capital lleva cerrado desde hace cuatro años cuando funciona con elevada aceptación en otros municipios como Elche o València, elevaremos nuestra extrañeza por parecer que la sociedad alicantina va contra corriente, a pesar de todos los indicadores posibles, aunque seguro que en el caso de las bicicletas puede que tenga mucho que ver -seguro que no todo- con la falta de idoneidad del carril bici o los peligros que entraña circular por ese espacio. Experiencias frustradas que recuerdan a un caso insólito acaecido hace ya décadas en Elche, que contempló el fracaso de una cadena multinacional de hamburgueserías que se vio obligada a cerrar, en una insólita decisión, que pocos podían entender, en una céntrica ubicación, al no obtener el respaldo de los consumidores ilicitanos. Años después, la misma franquicia tiene abiertos dos establecimientos en la misma ciudad con un elevado volumen de negocio y de éxito.
