Torre Juana es una de las 22 torres refugio de la antigua Huerta de Alicante, sometida a frecuentes ataques piratas en los siglos XVI y XVII, integrada en el patrimonio cultural alicantino (BIC). El conjunto está formado por la casa construida alrededor de la torre y un jardín con una capilla de mitad del siglo XIX. En el semisótano está la bodega conectada con un pequeño porche en ruina ( S. Varela). En la proximidad de la casa existe un edificio dedicado a caballerizas y una ermita construida en 1849.

Cuando Andrés Pedreño puso sus ojos en ella y decidió adquirirla como ejercicio de responsabilidad social corporativa de la empresa tecnológica que preside, encontró la finca en un estado de abandono y ruina, tanto de las edificaciones como del jardín. Pensó inmediatamente -Pedreño es de los que siempre piensan cosas de futuro- que allí podía desarrollarse un proyecto ilusionante que tuviera como objetivo preservar este singular patrimonio mediante la identificación de las mejores prácticas en el ámbito internacional a efectos de su evaluación y aplicación al lugar (Torre Juana Inteligente se denomina la idea) a través de diversas vías: sensorización para consumo de agua y riego; información, geolocalizada en el móvil en cada punto del recinto a través de BlaBup (El internet de las Voces); sensorización de edificios para identificar deterioros y riesgo de conservación de forma anticipada. En definitiva, que Pedreño -pionero en tantas cosas- ha decidido convertir la finca en un ejemplo experimental del internet de las cosas, asunto -porque no sabe estar parado- del que se viene ocupando con su proverbial competencia en los últimos tiempos.

Se trata ahora de asegurar la sostenibilidad del proyecto y la puesta en valor del mismo a través de exposiciones, conciertos y otras manifestaciones culturales. En este sentido, el pasado viernes tuvimos la oportunidad de asistir a la inauguración de la exposición de la colección de fotografías Las luces de Torre Juana, de Eliseo Pascual, quien ha captado de la forma más pura «el alma» de Torre Juana que ha sido captada por el doctor Pascual a través de diferentes lentes que ha utilizado en sus dos excepcionales cámaras. Durante casi un año, Eliseo ha trabajado en Torre Juana buscando escenas que recogieran «momentos de luz» únicos durante las cuatro estaciones del año. Las imágenes seleccionadas -entre el centenar de las captadas por su cámara- recrean los diferentes espacios de Torre Juana a través de 40 fotos y constituyen un tributo a la autenticidad y atractivo del espacio. Las imágenes más pequeñas se han hecho con una cámara de Zona VI, Vermont USA, y son de formato muy clásico de 8x10 pulgadas. Las mayores, con una cámara R.H. Phillips&Sons, una Explorer de 11x14 pulgadas, tamaño que se considera de ultra gran formato.

Pertenece Eliseo -que siempre ha compaginado su condición de reumatólogo internacionalmente reconocido con la de apasionado de la fotografía- al grupo de artistas que, interesados en la belleza de la imagen, y conscientes de que el desarrollo tecnológico se había hecho a costa de perder la calidad de las imágenes de las viejas máquinas de placas, siguieron utilizándolas y consiguieron que diferentes artesanos continuaran produciendo sus propios diseños de cámara en la actualidad. Y manifiesta al respecto que: «La belleza de una buena fotografía en blanco y negro y negro es que representa una abstracción de la realidad. Puede ser la inspiradora de emociones como pueda serlo un buen dibujo a lápiz».

Con algunas de estas notas -recibidas junto a la invitación al acto inaugural de esta exposición que pueden visitar por las tardes hasta fin de mes- salía yo para Torre Juana cuando, en mi afán de acudir documentado, se me ocurrió preguntar por el asunto a mi hermano Víctor, que algo de esto sabe, y me contestó emocionado: «Bueno, pues esto es el sueño dorado de cualquier fotógrafo que se precie. La fotografía en su máxima y pura expresión. Esencia y magia. Un lujazo. Cámara de placas de gran formato y revelado y positivado químico. Por tanto, fotografías reposadas, lentas, que, bien procesadas, producen una gama tonal amplísima del blanco puro al negro intenso, pasando por matices de grises. Un paraíso al alcance de unos pocos mortales. Eso es sentir y vivir la fotografía. Felicidad fotográfica».

Dicho queda.