Si hay un sector al que solemos olvidar cuando ya se piensa que no hacen falta son los mayores de edad. Sí, las personas de edad adulta que ya cumplieron con sus obligaciones, pero a los que les privamos de derechos en muchos sitios, y cuando las cosas pintan mal les ponemos las obligaciones de seguir manteniendo con sus pensiones a sus familiares que han entrado en crisis. Otras veces se quedan con los nietos para que sus hijos puedan trabajar y se ahorren una cuidadora. Pero cuando ellos abren la boca para pedir una ayuda la sordera es generalizada.

Leí hace unos días un artículo de la presidenta del Colegio de Administradores de Fincas de Madrid, Manuela Martínez, en el que recordaba que según datos del INE en España viven en la más absoluta soledad unos 2 millones de personas mayores de 65 años. La cifra es para reflexionar y aunque estén acompañados por un familiar muchas veces no les escuchamos cuando en nuestras comunidades de propietarios les negamos una obra concreta que han podido pedir para suprimir una barrera arquitectónica que les impide moverse hacia su inmueble. Y lo hacemos por el egoísmo de pensar que nos tocará pagar una derrama para ayudar a una persona mayor a quien perjudica una determinada situación de su edificio. Pero si fuéramos nosotros los que tuviéramos el problema por un accidente sí que nos gustaría que la junta de propietarios fuera solidaria con nosotros para hacer la obra. De alguna medida, la ley actual prevé algunas obras, pero nuestros mayores dependen en muchos casos de «la buena voluntad» de los vecinos. Por ello, la pregunta que nos debemos hacer es si tenemos buena voluntad hoy en día, o lo es a medias, porque la experiencia en muchos casos es negativa y nuestros «mayores» se ven abocados a callar y agachar la cabeza cuando ven que nadie les hace caso y que su petición cayó en saco roto y en el olvido del grupo a quien no le importa la necesidad de las personas mayores. Quizás porque no se quejan si se llevan un «no », quizás porque no nos importa que les duela o moleste la ignorancia con la que la sociedad, o una gran parte de ella, trata a este importante grupo de la población.

Sin embargo, resulta curioso que cuando uno va cumpliendo años y se va acercando «peligrosamente» a ciertas edades, la percepción de estas cosas cambia. Por ejemplo, si te piden poner un ascensor o una rampa y sabes que te costará dinero no es lo mismo para el insolidario que te lo pidan cuando tienes una edad más joven que cuando has cumplido los sesenta años y te vas acercando a una edad concreta. Cierto y verdad es que, sin embargo, para ser justos hay muchísima gente joven y de mediana edad que son solidarios con estos casos y ceden los asientos en el trasporte público a la gente mayor, les ayudan por la calle cuando los ven necesitados. Pero muchos otros les ignoran.

Por ello, los mayores no merecen nuestro olvido o el rechazo de algunos. Frente a esto último algunos preferirían que los ignoraran, porque se dan casos de delincuentes que se aprovechan de su indefensión para atacarles, estafarles, o hacerles daño, en definitiva. O cuando se trata de mayores que además de serlo están solos, lo que agrava aún más su situación, porque si viven en pareja todavía pueden ayudarse el uno al otro. Sin embargo, quienes están solos añaden la edad a la soledad, lo que puede ser aprovechado por gente desaprensiva que se aprovecha de su indefensión para causarles daño en provecho propio.

Al olvido de unos se une, pues, la cobardía de otros, lo que convierte la ancianidad en un estado de riesgo. A ello hay que añadir las condiciones económicas que en la mayoría de las ocasiones les hacen vivir con estrecheces. Y pese a ello muchas personas mayores fueron el sostén económico con sus reducidas pensiones de sus hijos en la época de la crisis que apareció en 2007. Por ello, están cuando se les necesita y cuando no, se les ignora. Y pese a sentirse ignorados volverían a ayudar cuando se les pidiera ayuda. Así es la población media de los mayores. Generosos y olvidando el mal que se les causa. Y a veces cuando se quejan nos molesta que lo hagan, porque parece que no tengan derechos. Ni a pedir, ni a quejarse. Y que todo para ellos sean obligaciones. Por ello, aunque solo sea por egoísmo estas conductas deberían cambiar. Porque los años pasan y cada vez más rápido. Y esto ocurre para todos. Aunque algunos parezcan olvidarlo.