Ella ocupa el vehículo de atención especialmente y es la máxima responsable de que esta obra sostenga el pulso. Una especie de psicodrama que toca los conflictos psicológicos de una madre. Describe, analiza y aflora su variedad de emociones. Realidades de ayer y de hoy con desasosiegos, ternura y arrebatos. Un monólogo frente al hijo con el trastorno mental de alguien ausente, cerrado a cal y canto y fuera de la realidad. Aguarda que llegue el marido para acudir a un hospital y dejarle internado. De una manera u otra, se pretende exponer la complejidad de las relaciones. La posibilidad o imposibilidad de conocer a los otros y de entendernos. Así, la primera pieza del autor y cineasta argentino Santiago Loza es uno de esos retratos de mujer que requiere la participación de una gran actriz. Isabel Ordaz lo es. Recrea un retazo de vida y exalta el sentimiento amoroso y de dolor de un papel con diversidad de matices y preciso tono de sinceridad en el que cabe alguna ironía.
El contraste depende de las autistas formas del personaje de Fernando Delgado-Hierro, quien mantiene bien el tipo durante hora y media aproximadamente. La sensible y sencilla dirección de Pablo Messiez contribuye a que He nacido para sonreír emocione a los espectadores y les haga permanecer muy atentos al escenario, donde una cocina, realista y poética con su ramas secas alrededor, es la estancia. Diferencias aparte, el asunto nos recuerda a Cinco horas con Mario. Eso sí, el joven está, pese a todo, vivo. Experimenta el valor de la música, la siente, y oculta el equipaje, enrabietado, para dar a entender que no quiere que le saquen de la casa. Ella ha nacido, como indica el título del melodrama, para ver sonreír a su hijo. Y sugiere que huyan los dos. La vida es un gran bolero con sus típicos amores y desamores, y ahí suena uno, «Sin ti», que cantan Los Panchos, cuya letra dice: «Sin ti / no podré vivir jamás. / Y pensar que nunca más / estarás junto a mí». Este es el espectáculo de Teatro de la Abadía, un centro de culto teatral y de creación fundado en Madrid, en 1995, por José Luis Gómez, que se pudo ver en el Arniches con amplitud de público. La nueva etapa de la sala sigue próspera.