La cuestión catalana y la proximidad de las elecciones municipales van a determinar, de puertas adentro, la política española en los próximos meses. Digo de puertas adentro porque entretanto los conflictos que se agudizan en la esfera externa, en Europa y a nivel global, siguen desarrollándose ante la mirada ausente de España, del Estado, del Gobierno o de lo que quiera que sea. Como en otras fases de la historia, España parece haber renunciado a asomar la cabeza por encima de sus fronteras y transita a remolque de los acontecimientos. Así que ésta va a ser una fase en la que nos vamos a cocer en nuestra propia salsa.

«La cuestión catalana», por recuperar la vetusta expresión, ejerce un efecto hipnótico que algún día los psicólogos desentrañarán. Pero es evidente que su evolución es un hecho de primer orden para hacer una lectura correcta de lo que sucede en el resto de España. Mientras Puigdemont, el amado líder, pretende mantener viva su estrategia catastrofista de rebelión contra Estado, su sucesor a título vicario, un señor llamado Torra, acaba de darse un tiro en el pie (y una patada al trasero del movimiento independentista). ¿Qué efectos puede tener para la causa nacionalista, tan bien orquestada en foros internacionales, amasada durante años y presentada como la justa reivindicación de un pueblo sometido, expoliado y vejado por una España depredadora, descubrir de repente que el señor que encarna la esencia cuasi religiosa del nacionalismo no es más que un vulgar supremacista, un tipo portador de una ideología xenófoba, racista, una versión descarnada del fascismo de siempre? Yo creo que los efectos pueden tener, para ellos, un alto coste. Por el momento hace trizas la idea, astutamente alimentada durante años, de que el nacionalismo catalán, entrelazado históricamente con Prat de la Riba (al que habría que volver a releer para asombro de propios y extraños) y con el Estat Català, tan apreciado por el señor Torra, se habría civilizado y alineado con lo que se llamó en su momento el «nacionalismo cívico». No. Vuelve por donde solía, alineándose con la miríada de movimientos xenófobos y de extrema derecha que abundan en esta Europa que, de seguir así y no enfrentarse decididamente a estas provocaciones, amenaza ruina. ¿Cómo pueden ciertos sectores de la izquierda -entre los cuales no puede citarse a la CUP por ser un aliado objetivo del supremacismo- seguir semejante guión?

En cuanto a las elecciones municipales, cuya proyección electoral no puede ser obtenida por sondeos de apenas quinientos o mil encuestados, la cuestión vendrá determinada, a mi modo de ver, por los conflictos interterritoriales. No me refiero a los grandes conflictos, como el de Cataluña, o entre las grandes ciudades, sino a todos en general. Porque la idea que se ha instalado en España (y en otros muchos lugares del ancho mundo) es que las autonomías, las ciudades y otras unidades territoriales están metidas de lleno en una batalla competitiva, en la cual, lo que unos ganan (en financiación, en oportunidades, en ayudas) otros lo pierden. Tantos ejemplos hay al respecto que es ocioso enumerarlos. Baste contemplar el mercado persa en que se ha convertido el Presupuesto General del Estado, y los esfuerzos extemporáneos y meramente ornamentales de diputados, diputadas y propagandistas que se disputan espacios para dar a entender que hacen algo para remediar las desigualdades. Es aconsejable echar un vistazo al informe de 35 catedráticos de derecho tributario, en el que se dice, entre otras cosas, que España es ya un modelo de cantonalismo fiscal y que se incumple el mandato constitucional que obliga a contribuir en función de la capacidad económica de los contribuyentes.

La elecciones locales y autonómicas tendrán, pues, una lectura muy distinta de unas generales y dependerán de factores que las encuestas no recogen al día de hoy. Lo que no quiere decir que las grandes olas de opinión que se forman en la política general no tengan influencia. Pero tales olas pueden decaer si no van arropadas, más allá de oportunismos de corto alcance, con un proyecto para España que nos permita volver a crear un espacio colaborativo, democrático, de verdadera igualdad, que nos permita a todos avanzar hacia el futuro.