En la tarde del 20 de septiembre de 1873 fondearon en la bahía alicantina dos fragatas cantonalistas procedentes de Cartagena: la fragata «Numancia» y el vapor «Fernando el Católico», bajo el mando del brigadier Leandro Carreras.

Carreras exigió a las autoridades alicantinas que se adhiriesen a la insurrección cantonalista que había organizado el sector intransigente del Partido Republicano Federal, con el pago añadido de un tributo en metálico. De lo contrario, la ciudad sería bombardeada. El ultimátum de Carreras expiraba en la madrugada del día 24.

Muchas familias abandonaron Alicante, buscando refugio en la huerta o pueblos circunvecinos. Solo las de condición humilde se quedaron en la ciudad. Temiendo perder sus mercancías, los comerciantes exigieron a las autoridades que negociasen con los insurrectos.

21 de septiembre

A las siete y media de la mañana, el alcalde Juan Leach recibió un telegrama desde Madrid del alicantino Eleuterio Maisonnave, ministro de Gobernación, quien le instaba a no claudicar ante la amenaza de los cantonalistas: «(€) Antes que abrir las puertas á esos bandidos, antes de vernos humillados por esos infames, es preferible ver arrasada la poblacion. Almería y Águilas darán á V la norma de su conducta. La primera resistió y venció, la segunda se rindió y fue saqueada (€)».

Como seis de los concejales habían huido, el gobernador civil Norberto Piñango nombró a otros tantos. Recibió asimismo a una comisión de la sociedad de aficionados a la caza, que le pidieron las carabinas Remington que hubiera disponibles para defender la ciudad de un posible desembarco enemigo.

A las once de la mañana fondeó en la bahía la fragata acorazada italiana «San Martino». Por la tarde, a las ocho, llegó en un tren especial el brigadier Francisco Canaleta, acompañado de 300 cazadores del batallón de África, para hacerse cargo del mando militar de la plaza.

23 de septiembre

Los buques mercantes desalojaron el puerto alicantino. Un tercer barco cantonalista se unió a los dos que había en la bahía. Era la fragata «Méndez Núñez». También anclaron fuera del muelle, a la izquierda, tres corbetas francesas. A la derecha estaba la escuadra inglesa y en el centro había algunos buques de otras naciones. En total eran once. Todos estos barcos de guerra extranjeros se mantuvieron neutrales.

Procedentes de Cartagena, llegaron a la ciudad los corresponsales Hartings y March, de los periódicos ingleses «The Times» y «Daily-News», respectivamente.

24 de septiembre

A las cinco de la tarde arribó en un tren especial el general Arsenio Martínez Campos con dos piezas de artillería. Fue recibido en la estación por la banda de música de la Beneficencia y las autoridades civiles y militares. Tras apearse del tren se montó en un caballo y, seguido de su plana mayor, marchó aclamado por el público que se había congregado a lo largo de las calles, a la plaza del Mar, donde se hallaban formados los milicianos que no estaban de servicio. Allí pronunció una enérgica arenga y acto seguido recorrió la ciudad, inspeccionando las fortificaciones. Los dos cañones Krupp que había traído fueron instalados en el muelle.

Martínez Campos se mostró satisfecho por las disposiciones defensivas que se habían adoptado hasta entonces: los depósitos de agua estaban llenos, el hospital de sangre había sido establecido en el convento de las monjas agustinas, habían sido trasladados a la fábrica de tabacos los presos de la cárcel y las oficinas de la Diputación Provincial, los caudales públicos fueron transportados a lugar seguro y la estación telegráfica se había colocado en el jardín botánico de extramuros.

Por las noches se tendía una gruesa cadena entre las baterías que se habían establecido en los extremos del muelle y contramuelle, impidiendo así la entrada en el puerto. Pero ello no impidió que aquella noche los buques cantonalistas se colocaran a Levante en línea de combate, presentando las baterías de estribor.

Alicante tenía el aspecto de un campamento militar. Solo se oía el sonido de las cornetas y el rumor de las patrullas. Por las calles no se veían a mujeres ni niños. Todas las tiendas estaban cerradas. El café del Casino, único lugar concurrido, se trasladó a la calle Mayor. La emigración masiva generó la escasez de artículos de primera necesidad, como el pan. Las fondas, hosterías y casas de comida apenas podían abastecer a sus clientes, todos hombres.

25 de septiembre

Cumplió el plazo del ultimátum, pero el brigadier Carreras lo prolongó durante 48 horas más, a petición de los cónsules extranjeros.

El vicecónsul francés fue uno de los representantes extranjeros que más protestó ante el ultimátum; no en balde era amigo personal del ministro de Gobernación, Eleuterio Maisonnave, cuya familia era oriunda de Francia.

El general Martínez Campos, contrario a las negociaciones, discutió duramente con el alcalde, hasta que comprobó que este tenía el pleno respaldo del ministro de Gobernación. Después de intercambiar telegramas durante dos horas con Maisonnave, partió en tren, tras ser sustituido como máximo responsable militar de Alicante por el teniente general Francisco Ceballos Vargas.

26 de septiembre

El cuerpo consular siguió negociando con el brigadier Carreras, en un intento desesperado por impedir el bombardeo o alargar aún más el plazo del ultimátum.

Por la mañana, el cónsul de los Países Bajos y el comandante de la corbeta de guerra prusiana «Federico Carlos», fondeada en la bahía, subieron a bordo del buque «Lord Warden», para pedirle al vicealmirante inglés que, aprovechando que tenía a su mando una flota de cinco fragatas, impidiera que Carreras cumpliese con su amenaza de bombardear la ciudad al día siguiente, pero la respuesta fue la misma de días anteriores: el gobierno británico le había ordenado que observase la más estricta neutralidad.

Con esta misma misión, a las tres de la tarde subieron a bordo de la almiranta francesa (una de las tres corbetas que había en la bahía) el cónsul francés y una comisión del Ayuntamiento, presidida por el alcalde, pero obtuvieron la misma respuesta: el comandante francés tenía instrucciones de su gobierno de mantenerse neutral.

Anochecía cuando el cónsul inglés, Benjamín Barrie, subió a bordo del «Lord Warden» en compañía del vicecónsul Cumin, para volver a pedirle al vicealmirante Jerleton que tratase de evitar el bombardeo. Este volvió a negarse y les ofreció que se quedaran a bordo con sus familias, pero Barrie rehusó su hospitalidad, afirmando que prefería quedarse en la ciudad, «dispuesto a morir entre los escombros, al lado de su bandera, para que vieran los alicantinos que hacía causa común con su desventura».

Dos compañías del batallón de Córdoba engrosaron la guarnición de la plaza.

A las 10 de la mañana llegaron en tren el ministro de Gobernación y el teniente general Ceballos. Venían acompañados por un oficial de Gobernación, el hijo y el ayudante de Ceballos, los diputados Acero y Gómez Segura, el teniente de la guardia civil que ejercía de jefe de escolta, y el redactor Alcázar, del periódico madrileño «El Imparcial».

Habían partido de la estación de Atocha a las cinco de la tarde del día anterior, ocupando un elegante coche-salón. Maisonnave y Ceballos se habían entrevistado en la estación de Villarrobledo con el general Martínez Campos, quien les informó de que los carlistas estaban en Almansa, pero que habían sido derrotados en Monóvar.

Ya en Alicante, «de la estacion nos trasladamos en gran número de carruages á la casa de los señores Maisonnave, donde nos encontramos hospedados todos los expedicionarios y que es un magnífico edificio. La multitud se agolpaba en la calle, el señor Maisonnave les dirigió breves frases desde el balcon (€), el general, el ministro, gobernador militar y otras autoridades se reunieron inmediatamente en junta para adoptar disposiciones», contaba Alcázar a sus lectores, describiendo Alicante como una población que presentaba «todo el aspecto de una ciudad sitiada, revistiendo tambien la gravedad aterradora del que espera en un breve plazo males sin cuento. Los ánimos están sin embargo, excitados, y yo creo que Alicante cumplirá como buena (€). Yo me he habilitado de un caballo con objeto de poder acudir á todos los puntos, y darles cuenta detallada de cuanto ocurra (€). Se va el correo, mañana les daré cuenta de los sucesos del día.»

Faltaba algo menos de diez horas para que expirase el plazo dado por el brigadier cantonalista y comenzase el bombardeo de la ciudad.

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