Lo crean o no, he de confesarles a ustedes dos mi despechado hastío por el mal llamado proceso catalán. Años y años de insufrible puesta en escena independentista; meses y meses de cacofónica manipulación sediciosa; semanas y semanas de zafia representación separatista; días y días de vergonzoso supremacismo racial; horas y horas de acoso xenófobo nacionalista; minutos y minutos de borrachera totalitaria y excluyente; segundos y segundos de «goebbelianas» retrasmisiones de televisión; todo ello, digo, me ha dejado malamente postrado en la más distópica melancolía existencial. Y lo que es peor todavía, precisamente ahora que me acaban de rescindir la iguala que tenía concertada por internet con mi psiquiatra de cabecera, el nieto de Jung, que se negó a instalar en el diván de los sueños una barretina peinada estilo Puigdemont. No lo permitió Carl Jung III, temeroso de contraer el incurable síndrome del aldeano nacionalista. Es tal la ansiedad infringida, la pesadilla surgida del bucle independentista, que estoy considerando seriamente hacer un master no presencial sobre la piorrea cerebral, llamada gingivitis amarilla por el color que toman los dientes en-lazados.

Pero hete aquí que el hombre y la mujer proponen y el nazionalismo heteropatriarcal dispone ( Pujol, Más, Puigdemont, Romeva, Junqueras, Turull, Torra, todo hombres), como diría el refranero occitano-catalán. Y aunque he intentado olvidar el manido «proceso» en aras a preservar de las fauces de Caronte mi delicada salud intelectual (solo leo prospectos de medicamentos y la letra pequeña de contratos de telefonía móvil), pese a ello, digo de nuevo, no consigo zafarme del vértigo que produce el abismo catalán. He soñado, entre espantosas pesadillas, cómo habrían hecho durante tantos años la declaración de la renta Jorge Pujol y su familia sin que saltaran las alarmas en Madrid; he intentado, entre aterradoras presencias, colegir cómo un político del estilo de Arturo Más llegó a presidir la Generalidad sin que le aplastara el peso del tres por ciento; he ambicionado, entre lágrimas de recogimiento alopécico, conocer al peluquero de Puigdemont con la esperanza de que diseñara para mí una permanente abisinia que se notara poco; y he reflexionado, entre sufridos charnegos, maquetos, xurros, vagos, carroñeros, hienas y víboras, cómo Joaquín Torra, vicario de Puigdemont, ha podido pasar el exigente control, el filtro antixenófobo, antisupremacista y antirracista que la extrema izquierda catalana y española, que los podemitas e Izquierda Unida aplican a cualquier candidato que no sea de los suyos. Insisto, lo he intentado todo y, sin embargo, heme aquí, postrado como un españolito machadiano ante los pies de una raza superior, de unos seres supremos, esperando que una de las dos Españas (Cataluña es España) me hiele el corazón. Por eso, Torra, y pese a ser indígena del sur de los países catalanes, siempre he preferido la novena de Mahler a la quinta, incluido su sobrevalorado adagietto. ¿Y usted? Me refiero a Mahler, no al norte (volveremos sobre el sur y el norte, Torra).

El nuevo presidente de la Generalidad, el xenófobo Torra, se ha instalado en la provocación permanente revisable nada más tomar posesión del cargo. Además de que no poder usar usar el despacho presidencial por orden de su amo Puigdemont (quizá se instale en la cantina del Palacio San Jorge), Joaquín Torra se significa por el uso de un lenguaje y unos adjetivos que no le permitirían ocupar cargo alguno en ningún país de Europa. De ahí que resulte un turbador oxímoron democrático constatar que el independentismo catalán se sostiene en boca de Torra con expresiones tan supremacistas, racistas y xenófobas. Es la superioridad de la raza catalana frente a los españoles africanos. Vean algunos piropos: «Aquí hay gente que se ha olvidado de mirar al sur y vuelve a mirar al norte, donde la gente es limpia, noble, libre y culta». «Hemos vivido cuarenta años de emigraciones masivas». «Carroñeros, víboras, hienas?». «Bestias con forma humana que destilan odio». «Los cruces [de la raza socialista catalana] con la raza del socialista español fueron aumentando?». «El catalán es superior al español en el aspecto racial». «?el ángulo anterior mandibular es inferior al del catalán». Torra presume, además, de que toda su familia está apuntada en los Comités de Defensa de la República.

Julius Streicher fue uno de los líderes más fanáticos del nazismo. Editor del periódico «Der Stürmer» (El Atacante), desde sus páginas se dedicó a inculcar en el pueblo alemán la cultura del odio contra los judíos, publicando cuentos infantiles antisemitas. Conocido con el «Cazador de Judíos Número Uno», llegó a presidir el «Comité de Defensa contra la Atrocidad Judía» (¿les suenan los Comités de Defensa?). En el juicio de Núremberg fue condenado a morir en la horca. El tribunal sentenció que Streicher no participó en la comisión física de los asesinatos de judíos, pero que aquéllos no habrían sido posibles sin el envenenamiento ideológico que llevó a cabo. Una paradójica premonición dado que hace un mes el tribunal de Schleswig-Holstein consideró que no hubo suficiente violencia en el golpe de Estado del secesionismo catalán (¿envenenamiento ideológico tampoco?). Streicher se ganó la horca y Puigdemont la libertad.

Querían simbolizar con el lazo amarillo la injusta prisión de sus líderes sediciosos al tiempo que encarcelan en sus prisiones del odio xenófobo a todos los españoles por su condición de raza inferior. ¿No les hiela el corazón tanta maldad, tanto envenenamiento, tanto racismo, tanta xenofobia, tanta mentira, tanto supremacismo racial, tanta manipulación, tanta violencia? Una de las dos Españas?