Ni siquiera les ha dado para poder jugar la Copa del Rey la temporada próxima. Aunque la verdad nada hay por lo que brindar, no está el horno para bollos. Tras casi tres lustros seguidos jugando la Copa, una mácula más de la propiedad actual en la historia del club. No vale aquello de borrón y cuenta nueva, la cuenta en números rojos es tan grande que el Hércules como institución puede estar al borde del abismo. A los exiguos números en la competición liguera, que no han dado más que para un vergonzoso décimo puesto, se unen los números de unas cuentas que tienen en el apartado debe millonarias deudas. Con Hacienda y con Europa. Lo de la Agencia Tributaria se pretende arreglar con promesas de pago una vez en categoría superior, por ahora una quimera. Pero si tragan los de Montoro, pues a ello. Lo de Europa, siete millones, siete, de euros, contantes y sonantes, tiene a favor el apoyo de Illueca y el IVF ante el Tribunal de Cuentas Europeo. Lo último, la posibilidad de la suspensión cautelar de la ejecución, que supondría para el club seguir su curso.

DESOLACIÓN. Es la palabra que define la temporada 2017-18. Han destruido la ilusión del aficionado, han logrado afligir, angustiar al seguidor herculano. Para los anales de la historia de este club quedará este ejercicio balompédico como uno de los peores, exactamente el tercero de ellos. Han hecho podio. Los responsables: el máximo accionista, su socio Ramírez que repite fracaso; Parodi, un presidente que no hizo honor al cargo; el consejo de administración, la voz de su amo; el director deportivo, que ocupa despacho por imposición de su suegro, sin aportar absolutamente nada, ni experiencia, ni sapiencia, ni contactos; los diferentes entrenadores, que ninguno de ellos supo a qué equipo dirigían, a qué club venían, y los jugadores, mediocres profesionales que se pasaron gran parte de la temporada sesteando, y la otra diciendo que todo podía cambiar, que todavía había tiempo para rectificar. Nunca se pusieron a ello. La abulia y la impotencia les desbordó.

TRISTEZA. Por Paco Peña, el capitán que se despide en un ambiente nada propicio para adioses con reconocimiento para una trayectoria en el fútbol y en el Hércules que merecía tiempos menos revueltos. Triste queda la afición que se encuentra desorientada, sin nadie que la guíe, sin nada a que agarrarse, sin ilusión por el quinto proyecto para sacar al Hércules de la categoría maldita. Triste el juego desplegado por el equipo por los campos de este grupo III, y más tristeza todavía por el que ha exhibido en lamentables tardes o mañanas en el Rico Pérez, campo al que acuden la mayoría de los rivales con el respeto debido a un club histórico, el que no le han tenido sus propios jugadores.

DESILUSIÓN. Porque ya muy pocos creen que esto tenga arreglo. Lo único de fiar que hay hoy en día en el Hércules es Quique Hernández, con sus limitaciones crematísticas y de mando, y los canteranos. Inestable base para confeccionar una plantilla que cumpla al menos el objetivo incuestionable de jugar la promoción de ascenso. Lo de quedar primeros, o incluso lo de ascender ya queda para un «si se puede», más como anhelo que como afirmación. De nuevo en tus manos se encomienda el Hércules, Ortiz. No hay más. No hay nadie.