Si echamos una mirada más allá de nuestro entorno comprobaremos que la clave que explica el comportamiento entre distintos territorios, sean Estados, regiones, ciudades o cualquier otro elemento poblacional, es la clave competitiva.

Como si se hubiera trasladado descarnadamente la dinámica de los mercados a las relaciones entre territorios, vivimos una época en que la cooperación ?y más en general el esquema universal de «no-suma-cero» (es decir, que es mejor cooperar en beneficio de todos los actores en presencia, en lugar de un esquema de ganadores y perdedores que compiten entre sí hasta aniquilarse)- ha decaído claramente, en detrimento de la solidaridad y del sentido común.

El giro proteccionista de la política norteamericana, de graves consecuencias, pero también el Brexit, el cierre de fronteras, los desafíos hipernacionalistas y separatistas, los conflictos bélicos, tienen este sustrato común, más allá de las envolturas ideológicas de las cuales se revisten. También vemos cómo en Europa, el horizonte federal, cooperativo, se ha visto truncado por los cálculos competitivos de unos países sobre otros (singularmente, Alemania) lo que amenaza con romper los lazos que todavía nos unen. Lo mismo ocurre en el interior de las estructuras federales, regionales o autonómicas, estructuras que no pueden funcionar sin el requisito de la cooperación, pero las cuales saltan por los aires al grito de ¡sálvese quien pueda!, como estamos viendo en Estados Unidos y en otros muchos Estados federales, así como en la propia Europa.

En España la situación no es diferente. Pese a que la propia Constitución regula las relaciones entre las diferentes comunidades autónomas en torno al supuesto de la cooperación, de la solidaridad (el término solidaridad, sólo aparece en la letra de la Constitución para referirse a las comunidades autónomas), todos sabemos que, en la práctica, y no de ahora, se ha convertido en un mercado persa donde lo que unos ganan, otros lo pierden, y donde minorías y grupos políticos venden sus votos al mejor postor. ¿Se podría trasladar esta situación al interior de las diferentes comunidades? Yo creo que, en su medida, sí.

Todo esto lo digo para aterrizar en la pregunta de si Alicante es una ciudad preparada para resistir el embate competitivo, de suma-cero, en que estamos instalados. Como otras muchas ciudades del entorno, Alicante arrastra graves déficits, en infraestructuras y servicios, desde los albores de la democracia, los cuales no se han compensado suficientemente a lo largo de los años. Si bien es verdad que ha experimentados notables progresos en algunos aspectos, su peso específico no viene acompañado de la suficiente influencia para formar parte de la mesa de quienes toman las decisiones. Es así. Es mejor que nos demos cuenta de lo que sucede. No cabe esperar, dado el clima existente, regalos ni dádivas de Bruselas, de Madrid o de València. Lo que haya que hacer habrá que hacerlo con el esfuerzo de la ciudad y entre todos.

Aceptar la situación y tratar de superarla no significa renunciar a una política cooperativa con otras ciudades del entorno, singularmente con la ciudad de Elche, para lograr sinergias que a todos beneficien. Porque a pesar de la situación existente, el único camino con futuro es el de la cooperación y, por tanto, de la mano de las fuerzas políticas que lo tengan claro.