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Vuelta de hoja

Peinetas

Como quiera que esta columna se publique en domingo y yo empiece a tomar notas el martes, para acabar de rematarla el miércoles o el jueves, lo más fácil es que a ustedes les lleguen las perversiones que les comento obsoletas o gastadas y que otra perversión más gorda haya ya ocupado su lugar. Y es que son muchas las perversiones, las rufianerías y las bellaquerías con las que nos atragantamos a diario. La penúltima, la de la secretaria de estado de comunicación, Carmen Martínez Castro. Si esta mujer es responsable de comunicación del presidente, a fe mía que ha de ser una docta experta en galimatías, arcanos léxicos y lapsus linguae indescifrables.

He visto el famoso vídeo un par de veces. Mariano sale del coche oficial muy ufano y sonriente. Muy en Mariano y mucho Mariano. El clamor de los pitidos casi anula un lánguido, lastimero y fúnebre toque de campanas. Mariano, como es habitual, ni se inmuta que ya pueden endiñarle un lapo bien dado en toda la cara que lo único que se le mueven son las gafas. ¡Qué tío, que forma de encajar! A la izquierda, un señor de perfil igualmente sonriente. Cuando el clamor de los jubilados es un estrépito, la señora Martínez sale por la derecha, se acerca al señor de perfil y rebuzna lo que ya todos saben: «Dan ganas de hacerles un corte de mangas de cojones y decirles que se jodan». Sin duda alguna una frase que pasará a engrosar las páginas de la enciclopedia universal de la empatía.

La derechona ( Paco Umbral, dixit) no ha cambiado nada y mira que lleva años poblando la tierra de Alvargonzález, por donde (dicen), los crepúsculos se tiñen con el bermellón de la sangre de Caín. Su discurso romo y vulgar no da para más. Ese es su pensamiento y su forma de expresarlo. Su lenguaje soez, amedrentador, su forma de escupir por el colmillo la bilis secular. No cambian ni cambiarán, porque la calle sigue siendo suya, el dominio es suyo y el yugo con el que nos someten y nos convierten en mansos cabestros es suyo. Las flechas con las que nos asaetean, también. Llevan en el alma la mirada huraña de los césares, las noches eternas del gasoil, del gris plomo macilento, las tapias encaladas donde estalla la luna como un escupitajo, los aullidos de los perros en la línea del horizonte que siempre acompañaron a la tristeza y a la desesperación. La derechona es muy de «los nuestros» porque los demás somos humo, apenas nada. Se atildan, perfuman, encorbatan, engominan para blanquear sepulcros, para disfrazar su bajeza moral. Tienen en la sangre la frialdad del acero, el grito torvo de la guadaña, la risa tonta y grotesca del burlador, del fingidor, del impostor. Y eso precisamente, esa risa simiesca, destemplada, histriónica, es lo que más asquea del vídeo. Se ríen de los pensionistas y de los hijos y los nietos a su cargo. Se ríen (y aún dejan morir) de los dependientes, de los que prefirieron desparramarse en caída libre sobre la acera, descoyuntarse colgándose de una viga o pegarse un tiro directamente antes de que la policía los sacara a patadas de sus casas, de los parados, de los que comen los frutos dorados de los contenedores de basura, de los que mendigan, de los que no llegan ni a mitad de mes por los contratos/burla que consienten, de los que dejan tiras de piel en las alambradas, de los que ayudan a ahogarse en el mar a pelotazo limpio, de las víctimas de las violaciones, de las cuencas vacías en las cunetas, de los que nos parece una indecencia que aún haya una fundación para loor y mayor gloria de un sátrapa, de los que nos parece nauseabundo que aún pueda pasearse por una calle con el nombre de un golpista genocida, y de la desolación y de la desesperación y de la tristeza antediluviana, congelada y fosilizada que ellos han generado. Seguimos viviendo en un NODO sepia, en el turbio trajín del palo y tentetieso, en las gargantas roncas del ordeno y mando, en el cuchitril de la piorrea y el sueño del carajillo cuartelero, en las alcantarillas de las cantinas donde las ratas con insomnio son la presencia más noble, en el «que se joda» el injustamente ajusticiado con su suero de terror bajo los párpados. Ese «que se jodan» de la señora Martínez es un resumen de lo que ha sido la reciente y pretérita historia de un país acostumbrado a ser pisoteado, vejado, ultrajado y desposeído, un país sumiso, cobarde, obediente y con vocación de reo y esclavo de la cuna a la sepultura. Estamos tristemente condenados de por vida a seguir la senda por donde han ido los herederos de un Dios menor, tirando a ruin, los hijos de las águilas de blasón, del rancio abolengo, de los duquesados, marquesados, y condados de polichinela y de los que daban café, mucho café a los poetas en noches de olivos negros.

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