Cuando se hurga un poco en la idiosincrasia del género femenino nos encontramos con que las condiciones en las que se ha desenvuelto su existencia, los problemas de los que ha conseguido salir con éxito y la acumulación de tareas que se ha visto obligada a desempeñar ensombrecen esa calificación peyorativa de sexo débil, permitiendo al machismo imponer cánones de conducta, costumbres y usos totalmente vejatorios para la mujer.

El escritor «romántico» Ramón de Campoamor, en su obra Filosofía de las Leyes (1846), exterioriza su espíritu más misógino al decir que «la condición natural de las mujeres es la esclavitud», y continúa diciendo: «Las mujeres han nacido para obedecer, como los hombres vulgares, y probablemente el día mismo en que se publicase la constitución en que se asegurase la independencia, correrían a poner su existencia a disposición de los objetos de su predilección». Campoamor continua: «No era extraño que algunas mujeres que han nacido con una organización feliz, se lamenten profundamente de la supeditación social en que se encuentra su sexo. Pero en compensación de esta esclavitud social, si sus maridos tienen menos carácter que ellas, suelen ejercer el más amplio despotismo doméstico».

No se detiene ahí nuestro conocido poeta y escribe: «La mayoría de las mujeres tienen una organización más imperfecta que la mayoría de los hombres y por eso serán eternamente esclavas, porque las leyes naturales se obedecen irremisiblemente, y es una ley natural que los más débiles obedezcan a los más fuertes». ¡Una joyita de hombre don Ramón!

Las mujeres eran infradotadas en las particiones de la herencia. Tenían que tender al marido para que todo estuviera a punto. La mujer debía cumplir en la cocina y en el lecho. Tenía que ser amante, madre, esposa, cocinera y médico, decían algunas de las mujeres, en referencia a la relación con su hombre. Era necesario que el marido tuviera ropa limpia y el hato del trabajo preparado, y que el arreglo de comida (arreglar el capazo para ir al barco o a las salinas) estuviera en su punto y hora. La limpieza, la cocina, el lavar, la educación de los hijos, era a lo que debía dedicarse en cuerpo y alma la mujer, y sobre todo al marido, que era el cabeza de familia, el que necesitaba de todas las atenciones porque se pasaba el día trabajando de sol a sol para aportar el dinero necesario para el mantenimiento de la casa.

Tenía que aguantar las borracheras del esposo, la afición al juego y, a veces, el ver cómo se le iba el poco patrimonio monetario de que disponían. Tenía que soportar el malhumor de los desastres económicos (los malos tiempos), que por desgracia eran habituales, cuando no había temporal de viento de levante, la lluvia estropeaba y hacía perder la cosecha de las salinas. Y muchas veces hasta aguantaba insultos, golpes y malos tratos, porque estaba mal visto que se separase, y además ¿dónde va a ir ella sin el sueldo del marido?

Volviendo a Ramón de Campoamor y Osorio, fue nombrado en 1847 gobernador de la provincia de Alicante, donde conoce a una joven de ascendencia irlandesa, Guillermina O'Gorman -hija del acaudalado comerciante Guillermo O'Gorman-, con la que se casó el 23 de abril de 1849. La boda se realizó en la antigua ermita del Fabraquer, situada en San Juan de Alicante, aportando Guillermina al matrimonio, como bienes parafernales la Dehesa de Matamoros o de San Ginés que había adquirido unos años atrás su padre procedentes de las desamortizaciones de Madoz y Mendizabal, más una segunda parte de terrenos a los representantes de su anterior propietario, William Mac Lure, y que desde aquel instante paso a llamarse Dehesa de Campoamor, en la que el poeta pasaría largas temporadas veraniegas a lo largo de su vida, visitando en numerosas ocasiones la villa de Torrevieja.

No es de extrañar que numerosos topónimos de las provincias de Alicante y Murcia aparezcan en sus doloras y cantares, como Torrevieja, San Miguel de Salinas, o Pilar de la Horadada (próximos a la Dehesa de Matamoros), el pueblo que figura en los versos siguientes, pertenecientes a su «pequeño poema» Los grandes problemas: « El cura del Pilar de la Horadada, / como todo lo da, no tiene nada. / Para él no hay más grandeza / que el amor que se tiene a la pobreza. / Está el pueblo fundado sobre un llano / más grande que la palma de la mano, / y a falta de vecinos y vecinas / circulan por las calles las gallinas. / Pueblo al cual, aunque corto, en mujerío / otro ninguno iguala; / de agua muy buena, si tuviese río, / de agua de pozo, a la verdad, muy mala. / Pueblo feliz, que olvida el mundo entero; / que tiene ante la iglesia una plazuela, / iglesia que es más grande que la escuela, / y escuela que es más chica que un granero».

Leyendas hay muchas de las desavenencias en el trato matrimonial entre Ramón de Campoamor y su esposa Guillermina, llegándose a decir que tuvo el poeta como amante a algunas de las criadas, y que para no cruzarse los conyuges ni en el acceso al edificio principal se construyó una escalera exterior, además de disponer la finca de una segunda importante casa llamada 'Villa Guillermina' en un lugar de la finca más próximo a la playa donde ella residía en época estival oteando el horizonte mediterráneo. El matrimonio no tuvo descendencia.