En esta nueva realidad virtual en la que vivimos, nada es igual. Pero nada es igual, como siempre. Porque los tiempos no son iguales, porque las personas que los habitamos tenemos nuestras cositas. La vida que nos toca vivir es esto. Y no es ni mejor ni peor que la pasada. Verdad es que esta sociedad es más sana que cualquiera de las antecesoras, por muy nostálgico que se ponga uno. Lo de «cualquier tiempo pasado fue mejor» es una mentira en sí misma. Por la sencilla razón de que vamos a vivir hoy, y veremos si mañana. Pero el ayer ya no se vive. Punto y pelota.

Pero de esta sociedad, de característica tecnológica, podemos protegernos, y beneficiarnos. Beneficiarnos porque algunos de los avances que han supuesto las redes digitales son extremadamente buenos para nuestra salud, para nuestros negocios y para nuestra cultura. Un despliegue brutal de acceso a la información, y de mejoras en la transmisión, ha contribuido a descubrimientos que han hecho mejorar nuestras vidas. A veces biológicamente, con avances médicos de primer nivel, y a veces sociales, con información que ha aupado nuestra calidad democrática o la búsqueda de la verdad.

Pero algo, como ocurre con todos los avances científicos, ha dañado nuestra convivencia. La tecnología mal utilizada destruye determinados condicionantes sociológicos y personales. Decía en este periódico, hace algunos días, Antonio Garrigues Walker, que «la intimidad y la privacidad han desaparecido y está pasando lo mismo con la verdad». Cuando tú televisas tu vida personal y profesional en redes sociales corres el riesgo de desnaturalizarla. Hemos convertido una herramienta social en un patio de marujas, o marujos. Una esquizofrenia colectiva enganchada a fotos comiendo, haciendo deporte, en familia, en el trabajo, en la bicicleta, en el gimnasio, en la playa, en?

Todo un dislate de orfebrería barata. Más bien bisutería social. Con grave riesgo para la salud mental al no diferenciar la verdadera amistad de la pura mecánica social de las redes sociales. Cultivar la amistad supone emplear tiempo, y no la inmediatez a la que te ves sometido por una red que te atrapa minuto a minuto. Si televisas tu defecación, o sea, cuando cagas, no esperes nada más que mierda sobre tus orejas.

Estaba repasando algunas revistas de economía que traje de mis cuatro años en EE UU. El Business Week y el Fortune Magazine publicaban en 1991, hace 27 años, las empresas más importantes del mundo, por capitalización, y las fortunas personales más significativas. Veamos. En ese momento, las 10 empresas más importantes eran por este orden: IBM, Exxon, Philip Morris, General Electric, Merck, Wal-Mart, Bristol-Myers. AT&T, Coca Cola y Procter & Gamble. En este año 2018 son: Apple, Google, Microsoft, Amazon, Berkshire (Warren Buffet), Facebook, Exxon, Johnson & Johnson, JP Morgan y Wells Fargo. Y entre los más ricos del mundo en 1991 estaban El Sultán de Brunei, la familia Walton, Taikichiro Mori, la familia Mars y la Reina de Inglaterra, como los cinco primeros. Hoy, el primero es Jeff Bezos (Amazon), luego Bill Gates (Microsoft), Warren Buffet (Berkshire, que es el único que aguanta 30 años después), Bernard Arnault, Mark Zuckerberg (Facebook) y Amancio Ortega (Zara).

Es obvio que todo ha cambiado con la revolución digital. Las grandes petroleras, las grandes marcas de coche y algunas otras industriales han dejado paso a las tecnológicas y sus derivadas. Y esa forma de organizarse la economía también ha influido en nuestra forma de comportarnos, como consumidores y como sociedad en general. Lo importante no es cómo ha cambiado el capital de manos. Lo verdaderamente significativo es cómo afecta a nuestras vidas una nueva revolución. Y la respuesta es sencilla. Afecta igual que afectó la revolución industrial. Afecta igual que afectó la revolución de los transportes. Como dice mi amigo David Beltrá, de Novelda, la verdadera revolución de nuestras comarcas fue el ferrocarril.

Hoy un nuevo paradigma revolucionario ha llegado para quedarse. Lo digital es casi pasado. Lo verdaderamente importante no ha cambiado. Y es que las relaciones humanas se cimentan sobre la confianza mutua y el bien hacer. Cualesquiera que sean las nuevas fórmulas de negocio, o de relaciones humanas, no deberán abandonar la ética. No vendas tu vida. Que te la compran los ricos.