No lo conocía de nada, pero era de mi familia. Un día se le hizo tarde y tuvo que comer en un bar de un pueblo del interior de Euskadi. Allí, el valiente tabernero no tuvo más que llamar al gudari residente para decirle que había uno de uniforme comiendo solo en su tasca. A los postres ya le habían metido dos tiros, eso sí con la marca de la casa, por la espalda. Mataron a José Picatoste, un capitán de aduanas que era descendiente, como yo, de alguno de los 22 hijos vivos que tuvieron mi bisabuelo y, sobre todo, mi bisabuela.

Estos comandos terroristas llevaron el horror a toda España, aquí en Alicante lo recordamos bien: Mutxamel, Santa Pola, Benidorm y Alicante capital sintieron los zarpazos de esta rabia irracional.

Conocí a una guapa vasca que había venido a vivir a Alicante tras el cobarde asesinato de su padre en aquellas tierras. En aquella familia pude ver cómo algunos traumas no se superan nunca. Es normal, demasiado fuerte, demasiada impotencia y, sobre todo, demasiada soledad. Esa soledad de aquellos muertos que no solo murieron en el cobarde atentado, sino que morían cada día en el olvido y la marginación de sus familias o señalados de culpabilidad por sus vecinos y por toda una ola de falsos progres que, tras la infame dictadura franquista, veían esos atentados iniciales en democracia como una purga necesaria.

La primera derrota de esos «valientes gudaris» se produjo cuando la sangre empezó a llegarles al cuello a todos los partidos, cuando los medios fueron por fin unánimes en el ¡basta ya!

La segunda derrota fue cuando jueces, políticos y, por fin, el pueblo, se atrevieron a decirles a estos «salvadores» que no contaban con nadie más que con parte de sus aldeanos vecinos. Francia, España, Bélgica se pusieron de acuerdo para hablar de ellos como lo que eran: delincuentes terroristas y nada más.

La definitiva derrota fue más triste y efectiva, tristemente por un puñado de euros se disolvieron esos aguerridos soldados de la independencia como un azucarillo. Optaron por el sueldo de concejal, alcalde o diputadok y fueron, lentamente, desechando el zulo, la guerrilla y el manipulado de sustancias peligrosas. Optaron por la teta y dejaron la ETA.

El balance es la lista interminable de casi 900 asesinados, de tanto dolor y de tanta manipulación. El balance es, para los vascos, aprender que ser valiente es no mirar hacia otro lado y dar la cara frente a la sinrazón y la injusticia. El balance es no apoyar nunca la imposición por las armas o la fuerza de cualquier idea u objetivo por muy claro que nos parezca, nadie tiene la razón completa nunca. El balance es saber que no se puede aleccionar en la escuela ikastola, escola, ideológicamente, sembrando el odio y recogiendo violencia. Esas lecciones son las que, en positivo, se pueden sacar de esa buena noticia. La noticia es que ya no hay ETA, de lo otro queda un rato.