Sin contrapartidas. Aunque los partidarios de la teoría de la conspiración llevan desde el año 2011 -cuando ETA anunció el cese de su actividad terrorista- especulando sobre supuestos acuerdos secretos entre el Estado y ETA, la realidad es que el fin de la violencia se ha producido a cambio de nada. Los terroristas presos siguen en las cárceles y el País Vasco es una parte de España. Y ambas situaciones van a continuar. Ni uno sólo de los objetivos de la banda terrorista se ha hecho realidad. La razón es simple: ni los propios terroristas creían que algún día podrían conseguirlos. El verdadero objetivo de ETA fue vivir del dinero que recaudaban mediante la extorsión y el chantaje. A esto hay que sumar el numeroso grupo de psicópatas que gracias a su pertenencia a ETA o actuando como liberados (asesinos a sueldo) pudieron dar rienda suelta a su instinto asesino y sociópata.

Las víctimas. De toda clase y edades. Políticos, policías, guardia civiles, mujeres embarazadas, niños, adolescentes, empresarios, trabajadores de mil euros al mes. Más de ochocientos muertos y cuatro mil heridos. Además están los que tuvieron que marcharse del País Vasco, porque la posibilidad de morir asesinados era una realidad, y los que se quedaron pero tuvieron que vivir amenazados, escondiéndose y sin poder hablar ni caminar por según qué calles. Todas estas víctimas mantuvieron la dignidad. En situaciones difíciles sale lo peor y lo mejor del ser humano. Las víctimas eligieron enfrentarse a ETA y todo el entramado social que la apoyaba.

Genios de la propaganda. Como buen grupo de pensamiento totalitario, del mismo modo que ya hicieron los nazis, ETA y los que la apoyaron se especializaron en crear un lenguaje plagado de eufemismos para referirse a los chantajes y a los asesinatos que llevaron a cabo. Términos que, en realidad, lo que hacían era subrayar el rencor hacia cualquiera que no compartiera su ideario, el deseo de hacer todo el daño posible y el escarnio y la mofa de las víctimas. La disolución en diferido de ETA, una disolución que les ha tenido ocupados varios años hasta llegar a su punto final, debe enmarcarse en el deseo de los dirigentes de ETA de justificarse ante sus seguidores. ¿Cómo explicar que todos aquellos asesinatos, bombas, y manifestaciones violentas no sirvieron para nada? ¿Cómo admitir que detrás de la extorsión de empresarios para conseguir dinero no había nada detrás? Sólo vivir del cuento.

Los presos. Seguirán donde están y durante el tiempo que la justicia dictaminó en su momento. No van a ver reducidas sus penas por el hecho de que ETA haya claudicado ante la democracia. ETA ha sido derrotada y, por tanto, la justicia seguirá actuando y buscando a los culpables de los 300 asesinatos que quedan por resolver.

Actitud del Partido Popular. ¿Debería el PP pedir disculpas por su actuación durante el segundo Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero? El mismo Partido Popular que durante el mandato de José María Aznar exigió a la oposición que le apoyara en sus negociaciones con ETA, el mismo Partido Popular que afirmó que en el final del terrorismo no habría ni vencedores ni vencidos (situando en el mismo nivel a los terroristas y a las víctimas) utilizó la lucha antiterrorista como arma arrojadiza. Célebre fue la frase de Mariano Rajoy en el Congreso de los Diputados acusando a Zapatero de traicionar a los muertos a pesar de que era puntualmente informado de todo lo que se hablaba entre los enviados de ETA y del Gobierno, es decir, que lo único que tenían que hacer era dejar las armas y los asesinatos sin ninguna contrapartida a cambio. El tiempo ha demostrado que ETA no ha conseguido ninguna de sus condiciones.

¿Dónde están? En los años 90 se puso de modo entre algunos jóvenes y no tan jóvenes de la Comunidad Valenciana una cierta comprensión hacia ETA. Se veía con buenos ojos a los aprendices de terroristas que formaban parte de la Kale borroka porque, claro está, algo tenían que hacer los pobres para escapar de la «presión del Estado español». ETA no era una banda que practicaba el terrorismo y la muerte sino un grupo que practicaba la lucha armada porque no le quedaba más remedio. Al parecer, decían, la culpa era de la democracia que no sabía dar una respuesta justa a no se sabe qué ideas. Yo al menos nunca las supe. Conocía a varias personas que vivían o habían vivido en el País Vasco y lo que más me sorprendía era el extraño lenguaje que utilizaban para no llamar a las cosas por su nombre. Nadie excepto ellos podían tener una opinión sobre el terrorismo ya que los demás no éramos vascos. Los valencianos debíamos estar todo el día comiendo paella y bailando Paquito el chocolatero. En el momento en que me manifestaba en contra de ETA a la que calificaba de banda de asesinos sin ningún motivo, la trifulca estaba asegurada. ¿No tendrían que pedir perdón?