Es un mensaje de brocha gorda no apto para los amantes de los matices: la Comunitat Valenciana está gobernada por un grupo de nacionalistas radicales que actúan guiados por un siniestro plan político cuyo objetivo final es reeditar al sur de la frontera del río Sénia el proceso independentista que con tanto éxito de crítica y de público se está desarrollando estos días en los escenarios catalanes; el gobierno PSPV/Compromís está guiado por una mano negra pancatalanista que no parará hasta disolver este territorio autonómico en una gran Cataluña en la que estará prohibida la paella y en la que las Fallas y los Moros y Cristianos serán sustituidos por interminables y aburridísimas sesiones de sardana obligatoria.

Con este escuálido material ideológico, a mitad de camino entre la política y la leyenda del Hombre del Saco, el Partido Popular valenciano ya lleva gastados tres años de legislatura autonómica y ha logrado que hasta el mismísimo Mariano Rajoy se apuntara a la cruzada el pasado fin de semana durante su visita a Alicante. Desorientadas por el duro aterrizaje en los bancos de la oposición, las huestes populares han convertido la cuestión identitaria en el plato único de su menú político. De su discurso prácticamente han desaparecido las carreteras, el agua, el paro, los colegios y hasta las afrentas presupuestarias con que el Gobierno central castiga sistemáticamente a esta Comunidad díscola. Se lo han jugado todo al conflicto lingüístico, a la denuncia de paranoicas campañas de adoctrinamiento en los colegios públicos y a la búsqueda arqueológica de frases comprometedoras en el historial digital de cualquier dirigente autonómico al que se le vea demasiado el plumero nacionalista.

Constatado el hecho de que el PP valenciano no va a apartarse ni un milímetro de este apocalíptico argumentario, habría que preguntarse si la estrategia le está funcionando. A la vista de las sucesivas encuestas que han ido apareciendo en diferentes tramos de la legislatura, se puede afirmar que los resultados de esta forma de ejercer de oposición han sido desastrosos. Las consultas sociológicas dibujan mapas muy variados para el futuro de la Comunitat Valenciana, se hacen todo tipo de pronósticos y se dibujan casi todas las correlaciones de fuerzas posibles (gobiernos presididos por el PSPV, por Compromís y hasta por Ciudadanos). Aunque hay notables diferencias entre ellos, todos los exámenes demoscópicos coinciden en un punto común: la posibilidad de que el PP recupere el gobierno de la Generalitat aparece como una opción muy remota o prácticamente nula.

El espectáculo de un partido hecho y derecho invirtiendo todo su tiempo y todos sus esfuerzos en una táctica que le conduce al fracaso electoral es un misterio difícil de explicar. Para unos, la fijación por el monotema identitario es una especie de pulsión suicida, que domina a un PP valenciano incapaz de abandonar sus argumentos de toda la vida, a pesar de que la efectividad de este truculento guion se haya visto reducida por la potente competencia de Ciudadanos y por el comportamiento de un Consell de izquierdas que ha intentado (y lo ha conseguido en la mayor parte de los casos) no pisar los charcos de las cuestiones más delicadas. Para otros, la explicación es mucho más simple: los populares han optado por esgrimir el espantajo del conflicto catalán porque no tienen nada más interesante que ofrecer, ya que carecen de un proyecto sólido y atractivo para recuperar los espacios perdidos entre el electorado. Ante su manifiesta incapacidad para ilusionar a la gente, el PP valenciano ha optado por asustarla.

A favor de las tesis del PP hay que recordar que la derecha en general (y la valenciana en particular) maneja como nadie el discurso del miedo. La especialidad de la casa es presentarse ante la opinión pública como la única alternativa al caos en forma de izquierda radical. Esta línea de pensamiento, que le permitió al PP gobernar con tranquilidad la Comunitat Valenciana durante dos décadas, lleva años mostrando notorios síntomas de agotamiento (la pérdida de la Generalitat fue una seria advertencia). La insistencia en este camino es una señal clara de que el PP no ha entendido los importantes cambios que se han producido en la sociedad valenciana. La política se ha hecho más compleja, se han multiplicado las opciones de voto y los electores están cada día menos dispuestos a dejarse impresionar por viejas películas de terror repetidas hasta la extenuación.