El psicólogo analítico Carl Jung nos intentó convencer de que no existe la casualidad, sino la sincronicidad, que es uno de los aspectos más enigmáticos y sorprendentes del universo conocido. Una experiencia sincrónica se caracteriza por la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera no causal y suele manifestarse cuando menos lo esperamos aunque en el momento exacto, transformando en ocasiones la dirección de nuestro camino e influyendo en nuestros pensamientos. Pues bien, el gobierno plural y del Progreso (en realidad PSOE y Compromís, ya que el Partido de Elche no ha participado de esta actividad sináptica) ha vivido estas últimas semanas en sus propias carnes una experiencia sincrónica de no te menees. Ha pasado de tener las máquinas listas para empezar a trabajar en las calles Alfonso XII, Juan Ramón Jiménez y Ángel, y estar a punto de adjudicar la peatonalización de la Plaça de Baix y la Corredora, a pararlo todo por la presión popular -del pueblo- y política. Y de afrontar un pleno con todas las de perder en este asunto, como ya ocurrió anteriormente, ha acabado logrando una victoria pírrica merced a la proverbial ausencia de dos ediles populares (tres, con la postrera fuga de Mercedes Alonso a sus preeminentes asuntos de la Diputación), al voto de calidad del alcalde, que permitió rechazar la mortífera andanada de la oposición, y al dribling de su díscolo aliado Jesús Pareja. Los dos socios mayoritarios se agarraron como posesos al clavo ardiendo en forma de moción de urgencia de su elusivo colega para aplazar tres meses el peliagudo asunto. Todo ello aderezado con el ulular del fantasma de la moción de censura, espectro que el ciudadano David Caballero, por un descuido al abrir una puerta equivocada buscando el aseo, dejó escapar de la mazmorra de la torre de Calendura, donde estaba recluido desde los tiempos del renacido Alejandro Soler.

Bien, ¿y todo esto para qué? Ya se verá. De momento, salvados los muebles y aplacadas las iras populares -del pueblo-, el tripartito trata ahora de reagrupar sus efectivos, analizar si todo esto es una auténtica experiencia sincrónica que les hará escoger un camino mejor o simplemente una cura de humildad participativa. Porque la situación que se habría creado cara al final de legislatura no hubiese diferido mucho de la vivida al término del anterior mandato de la alcaldesa popular. Cabe recordar la contestación (tanto ciudadana como en el propio grupo gobernante, fracturado por este asunto) que originó el empecinamiento en adjudicar antes de las elecciones el contrato del nuevo Mercado Central. No parecía ahora la mejor opción consumir los últimos meses de la legislatura de la transparencia, la participación y la sostenibilidad con una hostil movilización ciudadana entre acusaciones de, precisamente, falta de transparencia, participación y sostenibilidad. Además de con un tripartito devenido en bipartito y con Ciudadanos amenazando con derribar al gobierno y darle de nuevo la vara de mando a Alonso. Y con Pablo Ruz mostrando airado su más rotunda oposición a la oposición: «¡El Partido Popular soy yo, y solo yo decido quién es el alcalde o alcaldeso!». Esto, más que una experiencia sincrónica, sería una diacronía total.

Llegados a este punto, PSOE y Compromís habrán podido comprobar que las prisas al final del mandato no son buenas, y lo que un día parece una idea guay (de hecho, es una opinión generalizada que la Plaça de Baix y la Corredora han de acabar siendo peatonales, aunque preferiblemente dentro de un plan global para el centro, que incluya una solución para el dichoso mercado), puede convertirse en una pesadilla si no se saben manejar los tiempos y las formas. El tripartito prometía participación y consenso a tutiplén, pero se les olvidó aplicarlo en su proyecto estrella de la legislatura. Que les expliquen y expongan los proyectos de enjundia, poder opinar y sentirse partícipes de las decisiones que más directamente les afectan es lo que reclaman vecinos, vecinas, transeúntes y repartidores. Y que se respeten los acuerdos, claro.

En 1990, la situación de deterioro de la Glorieta y la añoranza de buena parte de la ciudadanía de aquel espacio modernista-racionalista (¡cómo no!) derruido a finales de los 60, llevaron al gobierno municipal socialista presidido por Manuel Rodríguez Macià a plantear su remodelación. Durante un mes se expusieron a la ciudadanía cuatro propuestas realizadas por el arquitecto municipal Gaspar Jaén i Urban, que recuperaban la antigua imagen de la céntrica plaza, incluido el templete de música, con o sin la fuente existente desde 1970 (reproducida actualmente en la esquina noreste del Parque Municipal). Se planteaba una quinta opción: dejar la plaza como estaba. Durante 30 días la gente pudo conocer las propuestas, participar en un debate público y votar por su preferida. Hubo 1.599 votos, de los que 1.021 fueron para la opción de eliminar la fuente y recuperar el templete. La remodelada plaza se inauguró en 1996, pero el entonces alcalde, el también socialista Diego Macià, dijo que con un templete en el Parque ya había bastante y que de momento la zona central se quedaba vacía hasta ver qué se le ocurría. Y lo que se le ocurrió varios años después fue una fuente con chorritos como la de la plaza de la Merced coronada por el diminuto angelito de la palma que sigue presidiendo el lugar. O sea: la voluntad popular, por el forro. Moraleja: una cosa es cómo empieza un proceso participativo y otra cómo acaba.

Pues eso, a trabajar que solo quedan 85 días para reconducir el asunto o el proyecto estrella de la legislatura acabará convertido en una calabaza. Y ojo con la sincronicidad.