Es estupendo que una persona vaya a la Universidad, ponga todo su empeño en aprender y termine su carrera con un buen trabajo que, solo por lo que costó hacerlo, se guarda entre las pertenencias personales más importantes. Salvo excepciones indecentes, es lo que suele ocurrir, desde que se creara la primera Universidad española en Salamanca, hace 700 años.

Un buen ejemplo es un excelente trabajo de fin de carrera, perfectamente conservado a pesar de que fue realizado hace 15 años, que hemos podido leer hace unos días. Se titula Refugios antiaéreos de Elche y su autor es el funcionario municipal José María Gavaldá Parreño. El trabajo tuvo un tutor, igualmente real como la vida misma, que fue Pascual Urbán Brotons, y se presentó en la Escuela de Arquitectura Técnica de la Universidad de Alicante. Quien necesite saber algo de refugios en Elche no estaría de más que consultara dicho trabajo, si bien es verdad que también está muy de moda acudir a expertos internacionales (la OTAN seguro que cuenta con alguno, pero igual te cobran).

José María Gavaldá se molestó en reunir toda la documentación administrativa, los informes técnicos y un amplio reportaje fotográfico. Su estudio recoge pormenorizadamente 14 refugios: jardín de Julio María López Orozco (nº 1); y plaza de El Raval (nº 2), hundido el 14 de mayo de 1955 con el resultado de cuatro víctimas mortales. Según el autor, «después de aquellos sucesos se macizó el refugio, seguramente con tierra apisonada, pero parece bastante dudoso que todo esté relleno por ser muy grande. Quizás aún queden zonas huecas». El refugio nº 3, con ubicación desconocida; el nº 4, que discurre bajo el Ayuntamiento, la Corredera, una esquina de la calle de El Salvador, con entradas en la plaza de la Fruta, calle de Santa Bárbara a espaldas de la iglesia de El Salvador y la zona hoy ocupada por el parking de la plaza del Teatro; el que transcurre paralelo al Mercado Central, con entrada en la actual plaza de las Flores, que no ha sido inspeccionado desde la consolidación de 1955 (nº 5); el que atraviesa por la calle La Fira con entrada frente a la fachada de la basílica de Santa María (nº 6); el que tiene su entrada en la plaza de la Merced, en la misma parada de taxis (nº 7); el solar del colegio público Ferrández Cruz, con entrada dentro del mismo colegio (nº 8); el de paseo de Germanías (nº 9); el refugio del colegio Candalix, que llega hasta la fábrica de harinas, en el que se llegó a hundir completamente un aseo del colegio en 1993; el refugio del huerto de Ripoll desaparecido por completo; el refugio de la fábrica de FACASA también desaparecido; y el refugio del colegio de San Agatángelo, en gran parte también desaparecido por la construcción del colegio.

En las conclusiones del estudio, sobre los refugios 4, 5, 6, 7, 8 y 9 el autor sostiene que están en buenas condiciones y consolidados con muros y bóvedas de hormigón. Se recuerdan, además, las actuaciones que tuvieron lugar en 1955 a partir del hundimiento del refugio de El Raval y una segunda consolidación en 1977.

Los antecedentes históricos tienen también su chispa. A raíz de la tragedia y de la posterior visita del ministro del Ejército, Agustín Muñoz Grandes, el Consejo de Ministros concedió el 22 de septiembre de 1955, a propuesta de la Dirección General de Regiones Devastadas, una subvención de cuatro millones de pesetas de obra ejecutada para evitar nuevos derrumbes de refugios. Como es sabido que los gobiernos de Franco cumplían a rajatabla sus acuerdos, en octubre de 1958, el Ayuntamiento de Elche, anonadado y endeudado, se quejaba de que tan sólo se habían recibido 300.000 pesetas de los cuatro millones. El Ayuntamiento de Elche había pedido un crédito de un millón de pesetas al Banco de Crédito Local de España para ir tirando. Que no se diga que no nos lo pagamos todo.

Lo que 70 años después defendemos muchos es que un refugio se convierta en lugar de la memoria de la Guerra Civil. El más idóneo para ello, tanto por su ubicación como por su conservación, es el del paseo de Germanías. Si es posible, que las autoridades competentes lo tengan en cuenta. Y enhorabuena a José María Gavaldá Parreño, por su trabajo fin de carrera.