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Juan R. Gil

Análisis

Juan R. Gil

La traición de «El Vitalicio»

Las maniobras de Ángel Franco siempre tienen el mismo efecto: benefician al PP y debilitan al PSOE

Ya conocen la sentencia clásica que dice que para entender el presente y atisbar el futuro es necesario conocer el pasado. Vale. Pues hagamos memoria.

A finales de este año se cumplirá el trigésimo aniversario de la huelga general del 14 de diciembre de 1988, la primera realmente merecedora de ese nombre de las celebradas en Democracia, convocada por los entonces llamados sindicatos de clase contra el gobierno socialista de Felipe González y que supuso el mayor desgarro sufrido por el PSOE y la UGT tras un siglo caminando juntos desde que Pablo Iglesias, en 1879 el partido y en 1888 el sindicato, fundara ambas organizaciones, cuyos afiliados habían militado en las dos indistintamente desde entonces y hasta esa crisis que resultó definitiva.

Si traigo el recuerdo anticipado de esa efeméride es porque el poder que hoy detenta en el PSOE alicantino Ángel Franco, pese a no tener cargo ejecutivo alguno, nace de aquel enfrentamiento de hace treinta años. Concretamente, de una traición. Tratándose de quien se trata, no podía ser de otra forma.

Franco era en diciembre de 1988 secretario provincial de UGT en Alicante y en virtud de ese puesto en el sindicato ocupaba también un escaño por el PSOE en el Senado. El lunes 5, a falta prácticamente de sólo una semana para la jornada de paro, el que con el tiempo acabaría amigando con el constructor Enrique Ortiz reunió a la ejecutiva provincial ugetista y, partiéndola por la mitad (cinco votos contra cuatro), desconvocó en nombre del sindicato la huelga en Alicante. Rafael Recuenco, entonces máximo dirigente de UGT del País Valenciano, no dudó ni un minuto: todavía no había acabado su rueda de prensa Franco cuando Recuenco ya entraba en la Casa del Pueblo para destituirlo de forma fulminante. Era legítimo que Franco se opusiera a la huelga general. Pero no lo era que se erigiera en dueño del sindicato y, en lugar de dimitir en disconformidad con un acuerdo que la organización había adoptado de forma democrática, tratara de utilizar su estatus de secretario provincial para reventar la protesta en Alicante en la semana decisiva de la movilización y en perfecta sincronía con la dirección del PSOE. En eso radicó su traición.

Franco, que llevaba desde el inicio de la Transición al frente de UGT, fue expulsado del sindicato y la huelga general fue un éxito en Alicante al igual que lo fue en toda España. Pero el PSOE le pagó con generosidad los servicios prestados reservándole durante décadas el escaño de la Cámara Alta, pese a que no se le recuerda ninguna intervención de relieve. De hecho, la hemeroteca de este periódico está repleta de páginas protagonizadas por Franco pero, por mucho que se rastree en ellas, no encontrará el lector ni una sola aportación como parlamentario durante el tiempo que disfrutó de los privilegios del cargo. Lo que encontrará, una y otra vez, es ruido, follón, descalificaciones que son infinitamente más duras cuando van dirigidas hacia un compañero de su partido que cuando recaen sobre un rival de cualquier otra formación. De eso sí que hay páginas. Para aburrir.

Aquel día que salió por la puerta de atrás de UGT para entrar por la puerta grande del PSPV, en cuya ejecutiva Joan Lerma le encontró rápidamente acomodo, Franco cambió el obrerismo, que no le pegaba nada, por el maniobrerismo, en el que se doctoró cum laude. Tras un par de años de confusión, en los que con la sombra de Franco todavía sobrevolando su sede, se sucedieron las guerras intestinas y los secretarios generales ( Eduardo Carrasco, Máximo Avello...), la UGT logró recuperar el crédito y la solvencia cuando por fin encontró en Javier Cabo un líder honesto. Entre tanto, con el apoyo de los lermistas y del azar (la caída de Antonio Fernández Valenzuela, la marcha, a Europa primero y a Madrid después, de Luis Berenguer, la prematura muerte de Antonio Moreno...), Franco fue tejiendo su tela de araña en el PSOE. En 1991, Ángel Luna ya se tuvo que tragar una candidatura al Ayuntamiento de Alicante en la que Franco le colocó a su principal espadachín ( Alejandro Bas, hoy uno de los abogados de Enrique Ortiz) como número dos. El PP, con Diego Such de candidato, sacó tantos concejales como Luna, que si pudo mantener la Alcaldía fue porque logró que el PSOE siguiera siendo el partido más votado. Pero Luna se pasó el mandato siendo tiroteado desde sus propias filas -desde el despacho de al lado, vamos- con Franco dirigiendo el ataque y Bas manejando la lupara. El resultado fue que en las siguientes elecciones el PP barrió del mapa al PSOE. Franco se hizo con todo el poder y consolidó la dinámica que hasta hoy se ha mantenido: la de un partido cada vez más encerrado en sí mismo y gobernado, a veces desde su cúspide y otras desde la trastienda, por un exseminarista especializado, como tantas veces se ha escrito, en ganar de cualquier manera las asambleas para perder siempre y sin excepción las elecciones. Franco ha convertido el PSOE en un cementerio repleto de lápidas: aquí yace Luna, allá Pina; a este lado Bernal, al otro Juan Antonio Román; en este punto reposa Andreu y en aquel Elena Martín; aquella fosa es de Roque Moreno y esta otra de Carmen Sánchez, o de Juana Serna, o de Antonio Mira-Perceval, o de Manuel de Barros, o de Echávarri, o de Montesinos...

Ahora ha redirigido la mira a Ximo Puig, del que hasta anteayer era aliado. Con sus últimas acciones, Franco ha puesto al jefe del Consell en una situación insostenible. Le ha retado públicamente, le ha obligado a convertirse en defensor de una política como Eva Montesinos, de recorrido corto, gestión opaca y nula presencia en el socialismo, a la que Puig ni conoce ni contempla pero a la que no le ha quedado otro remedio que arropar para evitar la imagen de que el PSOE no es un partido, sino un cortijo; se ha escenificado una pelea por sueldos y asesores que, encima, se ha cerrado en falso y que seguirá dando problemas a Puig y al PSOE; y le ha roto a los socialistas el relato: una semana después de que el PP recuperara la Alcaldía de Alicante gracias al voto en blanco de una tránsfuga, resulta que son los socialistas los que se ven obligados a dar explicaciones sobre si intentaron comprarla y es la tránsfuga la que puede ir alardeando de que tenía razón en no apoyar a Montesinos como alcaldesa, visto que el propio PSOE, bajo la batuta de Franco y su ejecutiva títere, no la quería ni de portavoz y la destituyó con oprobio nada más acabar el pleno que invistió al popular Barcala como nuevo alcalde. Cualquiera pensaría que es una situación demencial, pero no: sólo es otro lío made in Franco.

No traten de encontrar explicaciones políticas al porqué pasa esto, que tanto perjudica a Alicante al mantener a uno de sus principales partidos en permanente zozobra. Digan como los franceses: cherchez la femme. ¿A quién benefician las últimas maniobras de Franco? Al PP. ¿Y es que acaso ha habido en todos estos años alguna maniobra de Franco que no haya beneficiado al PP y perjudicado al PSOE? Todos sus movimientos (la elección de los candidatos y las ejecutivas, los repartos de sueldos, el apoyo al plan Rabasa, la relación con Ortiz...) han ido siempre en la misma dirección: en la de debilitar al socialismo, desaparecido en Alicante como actor político salvo para sus propias batallas, y apuntalar a los populares. No olviden que, como les dije, esta historia, la de Ángel Franco, al que le gusta que le llamen El General pero nunca podrá borrar que en la UGT, hace treinta años, ya le apodaban El Vitalicio, empezó con una traición.

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