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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

Hasta luego

Fui a hacer un reportaje para la radio a un tanatorio de Madrid y al despedirme de la jefa de márquetin me dio la risa. La típica risa que puede darte en medio de un funeral, no sé, o en una boda. El silencio se inventó para rasgarlo como las burbujas del plástico de embalar se inventaron para reventarlas. Al día siguiente murió el doctor Luis Montes, que tanto ha luchado en este país por una buena muerte. Presidió la Asociación Derecho a Morir Dignamente, a la que debemos más de lo que muchos sean capaces de imaginar. He realizado un par de reportajes sobre personas que decidieron quitarse de en medio antes de que las cosas fueran a peor y en los dos casos se fueron de este mundo con gratitud porque tuvieron la oportunidad de despedirse sin grandes dramatismos. Hablando, al día siguiente de su fallecimiento, de Luis Montes con un amigo común, caímos pronto en la risa al recordar momentos recientes de su existencia y de la nuestra. Comíamos juntos de vez en cuando, lo que me dio la oportunidad de apreciar su inteligente sentido del humor.

Si existiera el más allá, nos reiríamos también al recordar momentos de nuestro fallecimiento. En los tanatorios se dan situaciones de gran comicidad. Todo, en la existencia de los seres humanos, remite a su contrario. Así como la vida conduce a la muerte, el horror empuja a la risa. Tenemos de los natalicios mejor opinión que de las necrológicas; sin embargo, hay discursos funerarios que han pasado a la historia de la literatura. Ninguna pieza dedicada a un nacimiento, que yo sepa, ha sobrevivido. Después de todo, ¿qué rayos se puede decir de un recién nacido? Yo no habría sido capaz de escribir dos líneas sobre Montes al día siguiente de su alumbramiento (en el caso de que hubiera estado allí). Pero es que entonces nadie sabía que Luis Montes llegaría a ser Luis Montes. Ahora, en cambio, puedo decir que soportó con una entereza y un decoro ejemplares una persecución de gente mala, muy mala y muy corrupta, como la realidad se encargó de demostrar después. Y que ayudó a numerosas personas a abandonar en paz este mundo. Me hallo en condiciones de asegurar, en fin, que fue un buen hombre. Expiró de un infarto, en un tiempo récord, sin sufrimiento alguno, cuando se dirigía a dar una conferencia sobre la eutanasia.

Hasta luego, amigo.

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