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Joaquín Rábago

La fragmentación de Oriente Medio

Lo que ocurre actualmente en Oriente Medio recuerda a lo sucedido en los Balcanes con la disolución de Yugoslavia, acelerada por la intervención de la OTAN contra la Serbia de Slobodan Milosevic.

La invasión de Irak, primero, y ahora la feroz guerra siria, que dura ya más de siete años y cuyas consecuencias para toda la región siguen siendo imprevisibles, amenazan con resquebrajar el orden regional establecido por el acuerdo franco-británico de Sykes-Picot de 1916.

El acuerdo que lleva el nombre de los dos diplomáticos que lo negociaron en secreto y que estableció las nuevas fronteras artificiales de Oriente Medio fue en realidad una clara traición a los árabes cuya liberación los británicos habían prometido a cambio de su apoyo contra el imperio otomano.

Las dos potencias coloniales no tuvieron en cuenta en sus negociaciones los aspectos étnicos, tribales, religiosos y lingüísticos de los pueblos que vivían en aquella parte del mundo, y las consecuencias están hoy a la vista de todos.

El creciente desinterés de Washington por la zona tras la experiencia desastrosa para todos de la guerra de Irak y por haber recuperado EEUU gracias sobre todo al fracking la autosuficiencia energética, creó de pronto un vacío que despertó los apetitos de otras potencias.

Hay quien acusa, no sin razón, a Occidente de cinismo por haberse servido de los kurdos para combatir el terrorismo islamista y abandonarlos luego a su suerte frente a la Turquía del autócrata Erdogan.

El problema es el miedo general a la autodeterminación de un pueblo repartido entre los países de la zona: Siria, Irak, Turquía e Irán. Al reconocimiento de los derechos de los kurdos se anteponen las exigencias de la realpolitik.

Los kurdos le sirvieron también al dictador sirio, Bashar al Assad, en su combate contra el Estado islámico, pero una vez recuperado el control de buena parte del país, pretende devolverlos al redil.

Ahora, su objetivo es sustituir en las zonas "liberadas" a una población hostil, los sunitas y quienes se sumaron a la rebelión contra su Gobierno, por otras minorías más fieles al régimen como son los cristianos, los chiíes y los alauitas.

Y lo mismo puede que ocurra con los alrededor de tres millones de sirios actualmente refugiados en Turquía: es probable que se acabe redistribuyendo a esa población de acuerdo con las nuevas líneas de separación étnica y religiosa.

Todo está patas arriba en esa zona del mundo: así, tenemos un país miembro de la OTAN y además mayoritariamente sunita, convertido - circunstancias obligan- en aliado de Rusia y del Irán shií, auténtica bestia negra de EEUU.

Mientras tanto, la superpotencia, que conserva sus tropas y sus bases en Turquía y en los países árabes del Golfo, confía en su firme y poderoso aliado, Israel, para que siga ejerciendo su papel de gendarme en la región.

Y vemos al mismo tiempo un acercamiento diplomático entre la wahabita y feudal Arabia Saudí e Israel que sólo se explica por tener ambos un enemigo común: el régimen de los ayatolas. La geopolítica hace extraños compañeros de cama.

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