Estos días releía Límites de la comunidad, crítica al radicalismo social, del antropólogo alemán Helmuth Plessner, como medida terapéutica. Mientras asistimos al desprestigio de España en Europa y a las carísimas bufonadas de representantes del Estado y de los ciudadanos que, para maquillar una mediocridad que les define, hasta falsifican actas universitarias, entiendo claramente que para gobernar una comunidad es requisito un mínimo de amor, certidumbre y comprensión. Querer a la ciudad cuyo presupuesto administras, respetar la pluralidad legítima de los ciudadanos, tener la certidumbre de pertenecer a una comunidad por convicción democrática, comprender las formas y los estilos de relacionarse políticamente utilizando y respetando la palabra y su uso mediante argumentos claros, transparentes y razonados. En suma, trabajar un Yo social que coopere sobre la base de virtudes cívicas orientadas al bienestar de la comunidad y se integre en un Nosotros.

Los alicantinos hemos asistido a una función impagable, muy descompensada, eso sí, protagonizada por villanos cuya pasión era la venganza en personas allegadas al personaje odiado, villanos cuya pasión era aplicar la lección ejemplarizante al enemigo político, expresión del ojo por ojo, traidores cuya pasión era el reconocimiento salarial y otros personajes ensimismados. El resultado ha sido el esperado, sin aplauso final y con un rápido acuerdo sobre el reparto salarial. He creído ver un denominador común, un Yo ególatra que aniquila toda posibilidad de un Yo social o un Nosotros.

A nosotros nos importa un poco todo esto, por eso nos hemos centrado en la tarea de que el libro, la lectura y la libertad que solo la recuperación de la palabra y su uso en forma de argumento garantiza, sean importantes de nuevo en Alicante. Afortunadamente, no somos los únicos y destacamos a Carolinas Rip, el Casal del Tío Cuc, Casa Mediterráneo y las librerías independientes.

La feria del libro puede ser un medio para hacer llegar una muestra representativa del panorama editorial hispanoamericano, bastante más rico en matices y complejo, más plural e inclusivo que la realidad política que nos acosa. Nuestra memoria en estas ferias no da para mucho. La primera vez que acudimos, nos encontramos con la improvisación, la falta de transparencia, la ausencia de interlocutores y tener que pagar la caseta en efectivo. Es cierto, la edición pasada fue mejor. Ya no había un sheriff del lugar, pero, metáfora de nuestros tiempos, el Grupo Planeta copó todo el protagonismo, muy cerca de las grandes cadenas (sin duda lo son) uno de cuyos negocios es la industria del libro. La feria del libro puede ser una ocasión para recordar que la mayor amenaza a la libertad de expresión es el secuestro de la palabra, la hegemonía de la industria y la banalización de la lectura y su necesaria puesta en común. En nuestro recuerdo, un poeta alicantino con voz y talento, recitando para una pareja, ni una presencia institucional. Esta comienza con una discriminación injustificable e innecesaria en los precios de alquiler de las casetas.

Las instituciones son cristalizaciones de la praxis subjetiva. Uno puede pasear por Córdoba, por Oviedo, por Palma de Mallorca, con sus orgullosas calles peatonalizadas, abiertas al ciudadano, sus aceras amplias, sus parques públicos. Alicante tiene su feria.