Ornamento y delito, el libro/manifiesto del arquitecto Adolf Loos, publicado en 1908, enunció las bases del cambio sin precedentes, iniciado a finales del siglo XIX, que se iba a producir en la arquitectura, en el siglo XX, de la mano de los nuevos avances en tecnología y materiales (vidrio, acero y H.A.), y de las necesidades de una sociedad cada vez más industrializada respecto de la provisión de ingentes cantidades de nuevos edificios para la industria, para la vivienda y para los usos de todo tipo de esa nueva sociedad.

El racionalismo, en sus diversas variantes y con otras acepciones como expresionismo, funcionalismo?, el llamado «movimiento moderno de la arquitectura», produjo un avance cualitativo y cuantitativo del valor de la arquitectura en el contexto social, incomparable con el que cualquier otro estilo arquitectónico haya podido suponer en la historia de la arquitectura, en cualquier época.

Las nuevas posibilidades en cuanto a tratamiento del espacio, de la luz, y de adecuación a las demandas crecientes de usos, incluso de posibilitar otros inimaginados anteriormente, puso a esta arquitectura racionalista no sólo al servicio del progreso sino como bandera de él.

La aportación española a ese gran movimiento internacional no fue despreciable tanto en actuaciones como en representantes al primer nivel.

La guerra civil española, y sobre todo la dictadura posterior, truncaron esas expectativas, tratando de ignorar ese fenómeno propio de una ideología ajena a la dominante y disfrazando las preferencias hacia una arquitectura pseudo-vernácula, autóctona. Pero las universidades, las escuelas de arquitectura, seguían permeando el movimiento internacional de la arquitectura proscrita.

En 1950 Elche tenía una población de 55.877 habitantes que pasaron a ser 73.320 en 1960 y 94.311 en 1965. Algunos elementos de funcionamiento del pueblo se quedaban obsoletos ante las nuevas demandas ciudadanas. En ese contexto, a mediados de los 50, el Ayuntamiento encargó al arquitecto Santiago Pérez Aracil el proyecto de un nuevo Mercado Central, lo que se llamó Nuevo Pabellón de Frutas y Verduras, en sustitución y en el solar del antiguo mercado y espacios contiguos de las plazas del Mercado (Las Flores) y de Menéndez Pelayo (La Fruita), y los resultantes como consecuencia del Proyecto de Urbanización y Reforma Interior del sector que el Ayuntamiento había realizado previamente para insertar un gran contenedor totalmente abierto al exterior, en la volumetría y la trama de la Vila Murada, como una manzana más de ella.

El entonces arquitecto municipal hizo un ejercicio formidable de adecuación entre las necesidades planteadas y las características del emplazamiento y la edificabilidad, con una economía de medios y costes ejemplar que incluía la recuperación de la magnífica estructura metálica de la cubierta del antiguo mercado y un diseño del edificio, en dos plantas, que permitía disponer del espacio necesario para la función que el solar no aportaba. En el más puro estilo racionalista, el arquitecto proyectó un cuerpo central rectangular con una retícula diáfana perfecta, adecuada a la distribución de pies derechos de la estructura metálica recuperada, y una distribución de espacios para albergar puestos y circulaciones sobre las direcciones de los ejes principales, el longitudinal que une los accesos principales del edificio, los de las plazas, y el transversal que une los accesos secundarios, desde las calles. Sendos cuerpos gemelos de fábrica y cubierta plana, sobre los frentes de las fachadas a las plazas, albergan los accesos principales indicados y los elementos de circulación vertical.

La composición, las imágenes exteriores del edificio y el tratamiento de materiales están en perfecta armonía con el conjunto y con el estilo arquitectónico al que se reclama adscrito.

Como escribió el inspector de Patrimonio Artístico de la Conselleria de Cultura, el arquitecto Santiago Varela, «la arquitectura de este inmueble obedece a parámetros de racionalidad arquitectónica, con un lenguaje evidente de sinceridad constructiva, en la pretensión de acomodar racionalidad con economía de medios expresivos. Planteamientos que son muy propios de la arquitectura española durante aquellos años, finales de los 50. Con la pretensión de conectar con las corrientes avanzadas de la arquitectura europea y mundial». Y, añade: «En conclusión, dejando a un lado la muralla y el edificio de las Casas Consistoriales, de indudable valor arquitectónico y patrimonial, el edificio del mercado, con diferencia, es el de mayor importancia arquitectónica de esa parte urbana. Debería estar incluido en el catálogo urbanístico, hecho que no sucede». ¡Hágase!

Entretanto, el edificio, con nulo mantenimiento municipal desde siempre, lleva demasiado tiempo con la capacidad portante de su cimentación disminuida por el deterioro y la pérdida de confinamiento y rozamiento de sus zapatas, producidos por las excavaciones arqueológicas realizadas en su interior. ¡Tómense las medidas necesarias de refuerzo y apuntalamiento en evitación de daños irreparables!

¡Convóquese un concurso de ideas para la rehabilitación del Mercat Central d'Elx y de su entorno! ¡Rehabilítese y póngase en uso! Forma parte de nuestro patrimonio más valioso.

(*) Firman también esta tribuna Agustín Soler, Joan Moll, José María Vidal y Diana Forner, de l'Associació d'Arquitectes Ruskin Coffee.