Ionescu, ese rumano fundador del teatro de lo absurdo, en su primera obra, La cantante calva, presentaba a unos personajes que vivían como cualquier familia en su presencia externa, desarrollando todos los estereotipos propios, pero que eran incapaces de entenderse, comunicarse racionalmente. Desde antes de signar el pacto entre socialistas, Guanyar y Compromís, se hacía evidente que el matrimonio Echavárri-Pavón, funcionaría como relataba el autor rumano, aunque como la realidad siempre supera la ficción, lo absurdo también se concretó en que ni guardaban las formas ante propios y extraños. Todo empezó, pues, hace casi tres años, nada más conocerse los resultados electorales.

Pavón, creyéndose un remedo del doctor Stockman, principal personaje de Un enemigo del pueblo de Ibsen, ha llevado hasta las últimas consecuencias su pretendida superioridad moral, convirtiéndose en freno para cualquier inversión o proyecto para la ciudad, poniendo de manifiesto sus desavenencias con el alcalde, que él quiso ser, y su grupo municipal. Todo ha sido un desatino desde el principio, concretado en los procesos judiciales que han hecho dimitir a Echávarri y el guirigay de la coalición podemita, que ha terminado por poner en manos de la oposición la Alcaldía de la ciudad, cuando ni los más optimistas de estos lo esperaban. Barcala y los suyos se han encontrado con un regalo a un año de las elecciones que les va a permitir, desde el poder, conducir la situación para intentar mejorar unos resultados que por primera vez desde 1995 no les sitúan en la primera posición en las encuestas.

Por mucho que se empeñen en desvirtuar la realidad, con declaraciones más o menos pomposas de líderes y portavoces oficiales, el resultado del pleno de investidura que puso en manos de la derecha la Alcaldía, no ha sido más que el resultado de la incompetencia del tripartido, y sobre todo la incomprensible carencia de dialogar y tragarse los sapos necesarios, en beneficio del colectivo y la ciudadanía, que ha demostrado Miguel Ángel Pavón. El disputado voto de la concejal Belmonte, no lo fue nunca, pues en ningún momento, que se sepa, negoció la excompañera de Pavón con los populares. Únicamente, y con la transparencia exigida en estos menesteres, puso como condición de apoyar con su voto la investidura de la socialista Montesinos, que se le restituyeran sus derechos económicos y políticos que perdiera al pasar al grupo de no adscritos tras su expulsión de Guanyar.

No era pues un esfuerzo sobrehumano el que tenía que hacer el líder de la coalición de la izquierda radical, con dejar fuera de contexto su desprecio y enemistad por la antigua compañera, hoy Eva Montesinos sería alcaldesa de Alicante. Llegó, pues, Pavón y metió a todos en un marrón, a su coalición y a sus socios del tripartito reventado y no remendado. Hacer oídos sordos a «maldita Nerea», no ha servido más que para dejar en evidencia que a algunos les hace falta muchos hervores para gobernar una de las principales ciudades de España. Si la abstención de Nerea ha sido decisiva en el pleno, en los prolegómenos lo fue la negación de Pavón.

El fracaso de una izquierda desunida ha terminado con un gobierno que se conformó desde la desconfianza, desde visiones contradictorias de gobernanza, desde puntos de vista enfrentados de lo que debiera ser una ciudad moderna, abierta y acomodada al siglo XXI, sin prejuicios ni cortapisas que le impidan dar el salto cualitativo que le ponga de nuevo entre las mejores y más consideradas de España. El fracaso de una izquierda desunida era previsible desde sus desorientados comienzos, tras unas elecciones en las que el partido que ostentaba la alcaldía quedó a ocho mil sufragios del ganador, que la recupera tras la salida por piernas de Castedo y la fugaz interinidad de Valor, y la coalición que co-gobernaba a más de diez mil.

Entre unos que no saben, no quieren o no pueden, y otros que siguen marcados por la mácula de la corrupción y las conversaciones pinchadas de sus anteriores líderes con sus amistades peligrosas, se lo están poniendo como a Fernando VII a los que entrar en gobiernos por el momento les produce sarpullido.

A un año vista las cosas se aclaran, los ciudadanos también.