La clase política ya está bastante denostada para que determinadas personas den más motivos al respetable para las chanzas y que parezca que todos ellos son unos impresentables. Pero esto no es verdad y nos conviene recordarlo. Hay políticos de mucha altura, capacitación y entrega, aunque no haya muchos que se ajusten a este perfil en todos sus aspectos. Lo cierto es que entre titulaciones fingidas o presuntas para engordar los currículos, puñaladas traperas entre compañeros de partido, ministros con incontinencia verbal y tránsfugas haciendo de las suyas, estamos que lo tiramos.

Por una vez estoy de acuerdo con Pavón en algo, puesto que comparto con él lo de que Nerea Belmonte está muerta políticamente hablando. Lo de que pidiera la susodicha que se restableciera su buen nombre después de la que ha liado en el Ayuntamiento de Alicante sólo es un chiste malo. Es cierto que qué se puede esperar de quienes se acogieron a unas siglas para conseguir llegar a un puesto y, a continuación, traicionar dichas siglas yéndose del partido pero sin soltar el acta de concejal. Pero lo de esta semana ha superado las más optimistas expectativas de los que tenemos ganas de reírnos al menos. Entre su nuevo amigo Sepulcre, porque Dios los cría pero ellos se juntan, y Belmonte, hicieron las delicias del público el pasado jueves en el Pleno del Ayuntamiento, en el que fue elegido Luis Barcala como alcalde. Ya hay por ahí circulando un hashtag de «no quiero pagar el sueldo de Nerea Belmonte», al que yo añadiría «y tampoco el de Sepulcre». Montesinos fue vestida de luto riguroso al Pleno, muy propia, pues es obvio que se olía la tostada. Y es que no es para menos. El PSOE no ha sido capaz de consolidar su posición al frente del Ayuntamiento después de tantos años de gobierno popular, y ha sido desalojado del gobierno por la puerta de atrás, tras haberse enfrentado absurdamente a sus socios de gobierno, los que habían completado sus escuálidos resultados electorales y le habían permitido acceder a la Alcaldía. El discurso de Montesinos pidiendo disculpas en su despedida se agradece, pero de poco sirve a estas alturas. Han perdido su oportunidad de oro y no se repetirá.

Ahora sólo esperamos que Barcala, demasiado serio en su proclamación, encuentre las gafas de ver y se remangue para hacerlo lo mejor posible el escaso tiempo que queda hasta las próximas elecciones. Tampoco le volverá a pasar el tren si no se aplica a ello.