Vale la pena hacer un esfuerzo y olvidarse por un momento de los detalles del día a día del conflicto catalán. Es aconsejable hacer un ejercicio de abstracción y dejar a un lado el laberinto de decisiones judiciales, de acciones políticas incomprensibles y de apocalípticas declaraciones en los medios para mirar las cosas con cierta perspectiva de conjunto. Si se hace este pequeño experimento mental, se llega inmediatamente a una conclusión tremenda: Mariano Rajoy es el único líder de un país del mundo civilizado al que se le quiere fugar una parte importante (7,5 millones de habitantes y un 20 por ciento del PIB español) del territorio nacional. Aunque nos hayamos acostumbrado a ella, esta situación no es moco de pavo; es como si a un presidente de los Estados Unidos se le marchara de un día para otro el gran Estado de Wyoming o como si un primer ministro de Italia sorprendiera a todos los vecinos de la Toscana haciendo el petate para largarse a vivir fuera de casa. Por mucha fe que uno le tenga al inquilino de la Moncloa, convendrán conmigo en que nos hallamos ante una figura política singular a la que le pasan cosas puñeteramente raras.

Incidiendo en la singularidad de nuestro personaje, hay que subrayar una circunstancia importante: todo lo que le está pasando con Cataluña era absolutamente previsible. Rajoy lleva siete años en el poder y a lo largo de este periodo de tiempo no ha habido ni un solo día en que no asomaran por las páginas de los periódicos las orejas amenazantes del problema territorial de Cataluña. Los más exaltados le pedían que mandara al Séptimo de Caballería y los más prudentes le planteaban la necesidad de abrir algún tipo de proceso de negociación. Enfrentado a este complejo dilema, nuestro hombre tomó una opción imaginativa y sorprendente: decidió no hacer nada, dejando el asunto en manos de la policía y del juez de guardia como si el intento de secesión fuera una trifulca de bar.

Aunque los hagiógrafos del presidente defienden que el problema de Cataluña ha sido premeditadamente azuzado por el PP para obtener más votos en el resto de España, la realidad es que en este caso concreto a Mariano Rajoy el tiro le ha salido por la culata. Al calor de esta tensión se ha alimentado y ha crecido desde la nada un partido, Ciudadanos, que ha sacado todos los beneficios políticos de la operación y que les ha quitado a los populares el rentable monopolio de la derecha española. Lo que inicialmente era una jugada magistral, marca de la casa del maquiavélico político gallego, empieza a convertirse en una enorme cagada que tiene aterrorizadas a las huestes del PP, al comprobar que las encuestas sitúan al partido de Albert Rivera a las puertas del mismísimo Palacio de la Moncloa.

Si se insiste en el análisis de este peculiar mundo bizarro, hay que subrayar otro dato significativo, que envuelve a nuestro héroe de un halo casi sobrenatural: la fases más virulentas de este terremoto político se están produciendo con un Rajoy gobernando en minoría; o lo que es lo mismo, con un Rajoy que podría ser desplazado fácilmente del poder con una moción de censura. La gestión pública española lleva años paralizada entre las tensiones de la crisis territorial, el prestigio internacional del país cae en picado e incluso se cuestiona abiertamente la calidad de nuestra democracia. A pesar de la magnitud de la tragedia y de la manifiesta incapacidad del presidente de Gobierno para cortar la sangría, nadie parece tener el menor interés real en poner en marcha los mecanismos necesarios para apearlo del puesto de mando de un tren que va camino de estrellarse. El primer partido de la oposición, el PSOE, es capaz de montarle en cuestión de horas una moción de censura a una presidenta autonómica que ha falseado su curriculum, pero pone cara de paisaje mientras Rajoy pilota una operación suicida que coloca a todo un país al borde de la fractura civil.

Sea cual sea su futuro, el presidente ya tiene asegurado un puesto en la sección friki de los libros de Historia. Las futuras generaciones de politólogos harán tesis doctorales sobre la legendaria capacidad de este hombre para afrontar las peores crisis y las situaciones más extraordinarias con la misma pachorra con la que el resto de los mortales salimos por la mañana de casa a comprar el pan. A Mariano Rajoy le pasan cosas que no le pasan a nadie y lo que es peor, a él parece no importarle lo más mínimo.