Orihuela, en lo que se refiere a «su hijo más ilustre y universal», Miguel Hernández, parece tener la batalla perdida, porque el ninguneo a la que se somete a la capital cultural de la Vega Baja -otrora lo fue a nivel económico- es más que evidente y alarmante. Parece -¡digo parece!- como si a la Muy Nobel, Leal y Siempre Fiel la hubiese mirado un tuerto, aunque se diga que el «tuerto, en el país de los ciegos, es el rey». Las palabras las puede cargar el diablo y pueden ser -¡digo pueden ser!- más peligrosas que las balas, aunque matar, lo que se dice matar, no matan, pero te dejan más «tocao» que la barandilla de la estación del metro de la Puerta del Sol, de Madrid, en hora punta. Es entonces cuando te das cuenta de que pintas menos que un podemita en el Ayuntamiento de Burgos o que un cangrejo americano -especie invasora- en el río Segura. Para pergeñar/parir esta tribuna, tratando el tema que voy a tratar, no me apetece hacer ninguna «gracieta», así es que espero no ser tentado por «las brujas de las malas artes», aunque en caso contrario, y como Lou Reed, si «camino por el lado salvaje» (Walk on the wild side), ese que separa lo políticamente correcto de lo evidentemente innecesario, espero que el Señor me perdone.

4 de abril. Leo en el periódico un titular que me llama la atención y, con mi curiosidad de «toa» la vida, me detengo en la noticia: «Miguel Hernández viaja por el mundo». Los ojos me hicieron chiribitas, no sé si de alegría, porque -¡ya era hora!- el poeta cabrero podía volver a su casa. Mi emoción fue tal que casi se me escapa -¡lo reconozco!- una más que delatora lagrima, pero, como suele pasar, «mi gozo en un pozo». Fue entonces cuando, una vez «devorada la noticia» difundida por una agencia, se me cayeron, otra vez, los palos del sombrajo, aunque uno está tan acostumbrado al ninguneo que, pese a que me jodió lo leído, quise pasar página, una vez más, porque entendí que, como dijo el torero Rafael «El Gallo», «lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible». Y entonces, lamentablemente, con el corazón hecho girones, me salió del alma el titular de esta tribuna: Orihuela, ¡qué grande eres y qué poco peso tienes!.

Me vinieron tantas cosas a la cabeza que, en un principio, no supe cómo reaccionar, lo reconozco, pero no es menos cierto que me invadió la desazón/desilusión/pena/tristeza, porque, una vez más, Miguel pasará de largo. Aquellos que me conocen saben que no soy oriolano de nacimiento -me parieron en un pequeño pueblo, Cox, también relacionado con el poeta, al que nunca he renunciado, ni renunciaré, porque allí están mi padre y mi familia-, pero siempre he defendido que «el hombre no es de donde nace sino de donde pace». Lo mismo que me gustan el rehabilitado castillo de mi pueblo, el portichuelo -frontera natural con la vecina Callosa de Segura-, el recuperado molino o su glorieta, en Oleza me encantan «la vuelta a los puentes», el seminario o las ruinas del castillo, por citar algunos lugares, más o menos emblemáticos, porque hablar de Orihuela, en su conjunto, es tenerlo que hacer de su majestuosidad, de sus monumentos, y, para eso, harían falta muchas tribunas.

Miguel, en su viaje por el mundo, no hará escala en «su pueblo y el mío». El legado del poeta, que, por cosas de la vida, está depositado en Quesada (Jaén), localidad en la que, también por casualidades de la vida y por el trabajo de su padre -era un Guardia Civil destinado allí-, naciera Josefina Manresa, recorrerá once ciudades, cuatro de ellas españolas, Sevilla, Granada, Elche y Madrid; las otras son Dublín, Manchester, Nueva York, Chicago, Manila, Toulouse y Paris. El periplo viajero del legado del poeta se llama «Miguel Hernández, a plena luz», pero, por lo que parece, Orihuela, pese a ser su pueblo natal, no está en esa luz, sino en el lado oscuro, donde habitan/residen los apestados. Francisco Reyes, presidente de la Diputación de Jaén, «propietaria/dueña» del legado de Miguel, por el que pagó una pasta a «la familia», en la presentación de «la gira» turístico-cultural del legado «hernandino», dijo que ésta será «una oportunidad en la universalización de la figura de Miguel Hernández». Siempre se ha dicho que la de Miguel, sobre todo desde que existe internet, es una figura universal, dado que tanto su vida como su obra están digitalizadas y por lo tanto me parece -según mi más que discutible/cuestionable opinión- que lo dicho por el «guardián/carcelero/custodio» del legado está fuera de lugar. Podrá decir cualquier otra cosa, pero no que servirá para universalizar al poeta. Permítaseme la expresión, ¡vaya parida/cagada, señor Reyes!.

En Palacio creo que nadie ha movido ficha ni ha «resollao/respirao», aunque para ir a Madrid y hacerse fotos a cuenta del poeta si estamos, pero para «reivindicar la vuelta» de Miguel a Oleza ni están, ni se les espera, total ¿para qué?. Como decía mi padre, que en paz descanse el hombre, ¡vengan días y caigan ollas!; o lo que es lo mismo ¡dame pan y dime tonto!. Orihuela, ¡qué grande eres y qué poco peso tienes!.