Es el problema de tener ojos y oídos, que no hay más remedio que ver y escuchar a los que están empeñados en que les veamos y escuchemos cuando hablan de fútbol. Por ejemplo, el médico, comentarista y entrenador argentino Carlos Salvador Bilardo (el tipo que gritó al fisioterapeuta de su equipo "¡Písalo! ¡Písalo! ¡Al enemigo ni agua!", cuando quiso dar la mano a un rival), y el abogado, exdelegado provincial en Huesca de las juventudes de Fuerza Nueva y presidente de la Liga de Fútbol Profesional Javier Tebas. Cuando estos dos tipos aparecen en la tele, no es que suba el pan, es que a todos se nos pone la misma cara que al protagonista de «El grito», la inmortal obra de Munch. A diferencia de «El grito» las caras de los aficionados cuando vemos y escuchamos a Bilardo y a Tebas no muestran el dolor psíquico, ni la angustia existencial, sino el hartazgo insoportable del futbolero ante tanta palabrería sin sentido de la medida. El pintor Edvard Munch dijo que pintó «El grito» después de que, mientras daba un paseo y las nubes se teñían de rojo color sangre, sintió un grito fuerte perforando la naturaleza, y por eso pintó las nubes de «El grito» como si se tratara de sangre de verdad.

Los colores, escribió Munch, le estaban gritando. Con personajes como Bilardo o Tebas sucede algo parecido. Uno está tranquilamente viendo la tele o leyendo el periódico cuando, de repente, un grito fuerte penetra la naturaleza y el fútbol se tiñe de color sangre. Bilardo se despacha gritando que Messi, para estar a la altura de Maradona y Pelé, tiene que ganar un Mundial con Argentina. Tebas, siempre atento a organizar incendios hasta en el Polo Norte, insiste en que se debería sancionar a un equipo o incluso suspender un partido si en las gradas hay pitos cuando suena el himno de España. Bravo.

No sabíamos que el artículo primero de la Ley de Mejores Futbolistas del Mundo exige ganar un Mundial a los que, como ese tal Messi, pretenden (no Messi, sino los aficionados que le vemos jugar todas las semanas) formar parte del club. Y tampoco sabíamos que la mejor solución a los silbidos cuando suena el «Lo, lo, lo, lo» es suspender el partido, para que así los espectadores puedan irse a casa tranquilamente, sin armar ningún escándalo, y entendiendo de esta manera que algo tan importante como un himno es incompatible con juntar los labios y soplar. Menos mal que nos quedan Bilardo y Tebas. De acuerdo. Cuando hablamos de fútbol, nos comportamos como si protagonizáramos una película rodada con planos subjetivos que muestran el punto de vista del protagonista (como en «La senda tenebrosa», por ejemplo, con los descomunales Humphrey Bogart y Lauren Bacall). Es así. Todos vemos los penaltis, los fueras de juego o la justicia poética (también conocida como «puñetera suerte» o «flor en el culo») como si fuera un plano subjetivo, pero es que hay cosas que están más allá del punto de vista de cada uno.

A ver, Bilardo. Si hay que exigir a Messi que gane un Mundial para estar a la altura de Maradona o Pelé, también habría que exigir a Maradona y a Pelé los títulos colectivos, premios individuales y el carromato de goles que arrastra Messi. ¿Ganar un Mundial es lo que define a un futbolista? ¿Por qué? Supongo que porque Maradona, que fue entrenado por Bilardo en el Sevilla, sí ganó un Mundial. Sostener que Messi no está ya a la altura de Maradona o Pelé va más allá del plano subjetivo y de los puntos de vista. Puede que las leyes de la termodinámica no rijan en algunos capítulos de «Los Simpson» o en las aventuras de Mortadelo y Filemón, pero sí funcionan en el fútbol, hable Agamenón o su porquero. Maradona y Pelé son muy grandes. Messi, aunque jamás gane un Mundial de fútbol con su selección, también.

En cuanto a Tebas, este hombre no acaba de entender que, muchas veces, la mejor forma de mejorar las cosas es limitarse a no empeorarlas. La final de Copa entre el Sevilla y el Barça se abrirá con un choque de aficiones alrededor del himno de España. Vale. Los aficionados del Sevilla aplaudirán, y los del Barça silbarán. Bueno.

Si el himno suena muy, muy, muy alto, a nadie le importarán los aplausos o los silbidos. Y si no es así, pues unos golpearán una mano contra la otra, y otros juntarán los labios y soplarán. Y ya está. Luego, a jugar al fútbol. Jueguen, jueguen. ¿Queremos empeorar las cosas? De acuerdo. Suspendamos el partido. Bilardo y Tebas nos sacan los colores. Unos colores que, como en el cuadro de Munch, gritan.