Por aquello de no repartir solo palos, sino también alguna que otra zanahoria, por una vez habrá que regalarle los oídos al Ayuntamiento de Alicante. Eso sí, limitando las felicitaciones a quienes consiguieron prevenir el habitual macrobotellón playero que acompaña a la procesión de la Peregrina. Del resto, mejor olvidarse hasta las próximas municipales y rogar a la Faz Divina que, de una vez por todas, nos quitemos el mal de ojo que venimos sufriendo a la hora de elegir alcaldes. Pero ahora toca reconocer el deber cumplido porque, aunque el éxito fuera parcial y la función obligada, no por ello deja de merecer el aplauso.

Los cenizos y demás fauna oposicionista me dirán que no, que los prebostes del ayuntamiento alicantino no merecen palmaditas sino un buen tirón de orejas. Por supuesto que 2.000 jóvenes haciendo botellón -porque así acabó la fiesta- no es un resultado tan maravilloso como para tirar petardos, pero reconozcan que menos da una piedra. Si lo comparamos con el desmadre de años anteriores, hay que reconocer que mucho se ha mejorado. El número de botellas decomisadas fue tan espectacular como ridículo el uso de los dichosos carritos que las transportaban en otras ocasiones. Ahí se ve el trabajo previo y la atención de esos 70 policías que han evitado una nueva aglomeración de más de 20.000 chavales, como ocurrió hace ahora un año.

Ya ven que era posible evitarlo y se ha conseguido. Aunque aún quede mucho camino por recorrer, otra Santa Faz fue posible. Ya pueden ir callando quienes presagiaban que este tipo de intervenciones de control no serían eficaces: ¡pues claro que sirven! La cuestión estriba en saber por qué puñetas, aquellos a quienes corresponde velar por la salud de la población, no movieron el culo antes. Decía Maquiavelo que vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse. Bueno, pues por una vez se han aplicado el cuento y ya ven que el resultado de actuar -eso sí, con cierta coherencia- ha acabado por ser positivo. Bien hecho.

En realidad, en este renovado interés del Ayuntamiento ha tenido mucho tuvo que ver la presión ciudadana. Benditos sean quienes constituyen la Plataforma Tolerancia Cero, así como los medios de comunicación -con INFORMACIÓN a la cabeza- que se han preocupado de realizar una labor de concienciación social que, lamentablemente, no es ejercida por las administraciones públicas. A falta de ese empuje, dudo que hoy estuviera repartiendo piropos a una corporación que, hasta la fecha, no ha demostrado especial sensibilidad por la prevención del consumo de alcohol entre los jóvenes. Y es que, en honor a la verdad, la Plataforma es la verdadera responsable de que la procesión de Santa Faz haya dejado de ser el «jueves de moña» para recobrar la normalidad de un acontecimiento que, con más de cinco siglos de historia, jamás debió convertirse en una denigrante exaltación del consumo de alcohol entre adolescentes.

Concluidos los parabienes, descendamos a lo cotidiano para tomar conciencia de que el problema mantiene una dimensión ciertamente alarmante. Sin duda alguna, evitar el macrobotellón de la romería de Santa Faz es un logro destacable, pero no pasa de ser una pequeña victoria en el escenario de una escaramuza menor. Por ello, sería un grave error quedarnos en lo anecdótico sin dar solución a las causas del problema. La prevención debe estar presente día a día; no solo mediante medidas de limitación del acceso al alcohol sino, fundamentalmente, de reducción de la demanda. En otros términos, reforzando la intervención en el contexto educativo y social. Y, por supuesto, con un mayor compromiso de padres y madres, a los que habrá que restituir la autoridad -en su sentido más protector-, pero también exigirles el ejercicio de ésta.

No es momento para mirarse el ombligo porque el panorama sigue siendo de lástima. Tampoco cabe esperar que, por arte de birlibirloque, pase de nosotros este cáliz. Eso parecen entender, sin embargo, las autoridades competentes en la materia -que no son otras que las autonómicas- frente a una realidad que urge soluciones de fondo. Hace un mes que se conocieron los resultados de la última encuesta de consumo de alcohol y otras drogas entre los escolares españoles. La Comunidad Valenciana presenta la peor situación en términos globales, encabezando el consumo de alcohol, cannabis o tabaco. Cuando uno de cada cinco adolescentes valencianos manifiesta haberse emborrachado en los últimos treinta días, no hay motivo alguno para considerar que el problema encuentra vías de solución, sino todo lo contrario. Esta es la verdadera batalla a ganar: la de la prevención.

En este terreno no caben reconocimientos porque, a la vista de los datos oficiales, no levantamos vuelo. Y la asociación entre la causa (abandono de las tareas preventivas) y el efecto esperado (aumento del consumo de alcohol) se hace evidente hasta para el más necio de los mortales. A la vista de sus memorias anuales, la propia Conselleria de Sanidad reconoce que la participación de los escolares en los programas de prevención se encuentra en mínimos históricos. Solo uno de cada tres escolares realiza algún tipo de actividad preventiva y, de estos, menos de la mitad participan en un programa más o menos estructurado. Vaya, que se quedan con una simple charreta o algún otro acto más folklórico que efectivo. Muy lejos quedan ya los tiempos en los que la participación en los programas de base superaba el 75%, con un descenso que ha ido parejo a la progresiva reducción de los presupuestos autonómicos en materia de drogodependencias. Una vez más, los números son fríos pero congruentes con la situación que cabe esperar cuando se baja la guardia en este tipo de políticas.

Mejorar la situación no es tarea compleja y, precisamente por ser tan crítica, cualquier acción coherente acaba aportando algo positivo. Y, como todo en política, se trata de una simple cuestión de prioridades. Poco más.