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Joaquín Rábago

Un monstruo difícilmente controlable

La proyectada fusión entre el gigante químico alemán Bayer y la multinacional estadounidense Monsanto es motivo de preocupación para los ecologistas y pequeños agricultores de todo el mundo.

La Unión Europea ha dado el visto bueno a esa fusión que el semanario alemán Der Spiegel califica de "boda de monstruos" en referencia tanto al tamaño de ambas multinacionales como a sus previsibles y nefastas consecuencias.

De nada han servido las peticiones de los grupos ecologistas a la comisaria europea de Competencia, la danesa Margrethe Vestager, para que prohibiera la operación.

La comisaria sólo tenía que decir si la proyectada fusión ponía en peligro la competencia sin entrar a valorar otras cosas como su impacto en la agricultura tradicional o en la salud de los consumidores.

Monsanto lleva siendo blanco desde hace años de los ecologistas sobre todo por uno de sus productos estrella, el herbicida glifosato, sospechoso de tener efectos cancerígenos.

En EEUU numerosos enfermos de cáncer han demandado a esa multinacional, a la que atribuyen el mal que sufren, responsabilidad que rechaza, sin embargo, Monsanto.

Pero también hay presentadas querellas de agricultores que se quejan de que algunas de las semillas patentadas por Monsanto no funcionan como se les prometió.

Muchos agricultores se fiaron durante años de los productos de Monsanto, combinando el herbicida Roundup (glifosato) con las semillas transgénicas fabricadas por la misma empresa con capacidad para resistir el glifosato.

Los usuarios de las semillas transgénicas tienen que firmar un contrato con la multinacional por el que se comprometen a no aprovechar las mismas para su siguiente cosecha, como es costumbre entre los agricultores desde tiempos inmemoriales.

El empleo masivo de fertilizantes, glifosato y semillas transgénicas resistentes al herbicida ha posibilitado la creación de grandes monocultivos, sobre todo de maíz y de soja.

Hace unos años, el glifosato empezó a fallar por la resistencia desarrollada por unas plantas conocidas en inglés como "pigweed" (verdolaga), que se extendieron de modo explosivo por millones de hectáreas de campos de cultivo.

Monsanto decidió entonces recurrir a un pariente cercano, e igualmente polémico, del glifosato, el llamado Dicambia, que se venía utilizando desde los años sesenta.

A tal efecto desarrolló otras semillas transgénicas para los cultivos de algodón y la soja resistentes al mismo, que patentó con el nombre de "XTend".

Dado que las autoridades estadounidenses tardaban en autorizar ese polémico herbicida, muchos agricultores sembraron las nuevas semillas transgénicas de Monsanto pero emplearon en su lugar el Dicamba fabricado por otras empresas.

El resultado fue que aquéllos que no habían empleado las semillas transgénicas de Monsanto vieron cómo sus cultivos eran atacados por ese herbicida.

Monsanto pagó además a los agricultores que usaban su Dicamba una prima, con lo que sus vecinos se sintieron obligados a comprar las semillas resistentes para no correr riesgos con sus propias cosechas.

Agricultores de 24 Estados de la Unión han presentado demandas contra la multinacional por los daños sufridos por sus cosechas.

Muchos se preguntan, en vista de esos antecedentes, cómo se atreve Bayer a tal fusión, que la convertiría en el mayor consorcio agroquímico del mundo, con más de un 30 por ciento del mercado de las semillas transgénicas, un 25 por ciento de los pesticidas y una cuarta parte de las patentes.

Existe la sospecha de que lo que pretende sobre todo la multinacional alemana es conseguir la primacía absoluta en el sector de la "agricultura digital".

Como ocurre con otras actividades, la agricultura estará también dominada en el futuro por el "software" digital. El elemento clave, señala Der Spiegel, es una plataforma a la que podrán recurrir los agricultores para todo tipo de recomendaciones y de análisis de sus cosechas.

Se trata de una especie de sistema operativo para la producción agrícola, basado en una red de satélites y de sensores instalados en las granjas, algo en lo que han mostrado ya interés países como China, Brasil y parece que también la propia UE.

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