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Joaquín Rábago

Ataca, que algo queda

Volvemos a las andadas: tres países, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia se arrogan el derecho a actuar en nombre de la comunidad internacional y lanzan un ataque contra instalaciones militares sirias.

Los Gobiernos de esos países no consultan, por supuesto, a sus respectivos Parlamentos. Ni falta que les hace cuando están en posesión de la verdad y dispuestos a castigar a un dictador como se merece.

¿No le recuerda al lector lo ocurrido antes con el Irak de Saddam Husein y la Libia del coronel Gadafi? Un país, el primero, que no ha recuperado la tranquilidad desde entonces, y otro, el segundo, convertido en un Estado fallido y un coladero para la emigración del subcontinente africano.

El pretexto esgrimido para agredir sin el visto bueno de la ONU a un país sumido en una guerra civil: un supuesto nuevo ataque con armas químicas en la localidad siria de Duma que dejó, según los denunciantes, varias decenas de muertos, muchos de ellos niños.

La denuncia procede al parecer de los llamados "cascos blancos", organización financiada indirectamente por los Gobiernos de EEUU y el Reino Unido a través de USAID y el Fondo de Estabilidad y Seguridad de EEUU, y sobre cuyos móviles no sólo la propaganda rusa, sino también en Occidente, han levantado sospechas.

La organización en cuestión envió a los medios occidentales un vídeo, que las televisiones de todo el mundo han estado difundiendo desde entonces una y otra vez y que sería la prueba definitiva de ese ataque con un gas nervioso cometido por las tropas de Bashar al-Assad.

El presidente francés, Emmanuel Macron, aún más impaciente, si cabe, que su colega estadounidense, Donald Trump, por darle al dictador sirio el castigo merecido, dijo tener pruebas inequívocas de que el régimen de Assad estaba tras el ataque de Duma.

Muchos se preguntan, sin embargo, qué sentido tenía que el Gobierno de Damasco lanzase un ataque químico que con toda seguridad provocaría una respuesta contundente de EEUU si tenía ya conquistado ese bastión rebelde a las afueras de la capital.

¿No cabía la posibilidad de que, como denuncian algunos, se tratase más bien de un montaje de grupos anti -Assad, deseosos de prolongar la guerra siria hasta el derrocamiento del odiado dictador?

Es al menos una pregunta lógica a la que ni París, ni Washington ni Londres han dado respuesta. Para ninguno de esos gobiernos era cuestión de esperar a que los inspectores del Organismo para la Prohibición de Armas Químicas llegasen a Duma y tratasen de averiguasen in situ la verdad.

Una "bonita guerra" con ataques "quirúrgicos" es perfecta en cualquier caso para distraer de los problemas internos que tienen en este momento tanto Trump como Macron y la primera ministra británica, Theresa May, y apelar tanto al patriotismo de sus conciudadanos como al apoyo de la aletargada "comunidad internacional".

Los más optimistas apuntan que el ataque de los tres países de la OTAN fue muy medido, que Siria estaba además sobre aviso por un amenazador tuit de Trump y le dio tiempo a trasladar sus aviones y otro material militar a bases rusas protegidas por defensas antiaéreas.

El escepticismo está más que justificado.

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