He pasado unos días en Roma con la familia. No quiero decir que mi familia sea de allí, sino que me la he llevado puesta desde aquí. Con tres niños pequeños y en pleno «urbi et orbi», comprenderán si les digo que, de entrada, firmaba el empate. Inspirados por «La gran belleza», el hipnótico film de Paolo Sorrentino, decidimos comenzar nuestro periplo por el mirador del Gianicolo. Desde aquella atalaya ya pudimos intuir lo bonita que sería la «città eterna» si los turistas nos dejaran verla. Pero más allá del olor de multitudes, la experiencia familiar resultó bastante bien, no hubo que recurrir ni al Apiretal ni a los carabinieri. Un éxito.

En Roma resulta más cierto que nunca aquello de que Dios está en los detalles. En llaveros, delantales, tazas, fundas de móvil, dedales… todo tipo de soportes valen para mostrar la imagen del Papa Francesco. En las infinitas tiendas de souvenirs también hay espacio para el fútbol, se ven muchísimas camisetas romanistas, algunas de la Juve y curiosamente, casi ninguna de la Lazio. Pero lo que me ha dejado boquiabierto es que hasta el país del Calcio también ha llegado el tsunami merengón-culé. Rara es la tienda en la que no aparecen las camisetas de Ronaldo y Messi, alternando con las de Totti y Dybala.

Es lo que tiene Tebas, o más bien, la globalización. La realidad es que Internet ha estropeado en parte el encanto de viajar. Ahora con el «google maps» ya no hay forma de desorientarse en ninguna tierra ignota; tampoco ningún restaurante te apuñala, a poco que andes precavido con el «tripadvisor», y lo peor, salvo que seas muy budista, no hay forma humana de desconectar de tu circunstancia. Sin ir más lejos, el gol del Atlético Baleares me pilló en plena cola del Coliseo, arrancándome un genuino taco hispano que concitó las miradas de todos los compatriotas a diez metros a la redonda. Salvo mi mujer, claro, que se mantuvo impasible mientras discretamente se alejaba unos pasos de mi lado.

Qué lejos quedan aquellos tiempos en los que, si uno andaba fuera del hogar, tenía que realizar malabarismos para conocer el resultado cosechado por su equipo, sobre todo si como ahora, penábamos por la Segunda B. Ya no recuerdo siquiera cómo era aquella sensación de enterarte del resultado como el que se arranca un esparadrapo del tirón. Eso sí, el domingo pasado me hubiera llevado una sorpresa, 4-0, Si alguien ajeno al grupo tercero hubiera visto nuestra victoria ante el Mestalla pensaría que subimos con la gorra. Los blanquiazules fueron un derroche de buen fútbol, goles, presión alta y concentración, pero «fútbol es fútbol» y a estas alturas de la temporada tan solo peleamos por jugar la Copa del Rey. Porca miseria. Los motivos para el estrepitoso fracaso de esta plantilla, diseñada para mayores cotas, será el primer punto a analizar de cara a la temporada venidera. Es evidente que se cometieron errores en la planificación, algunos advertidos por casi todos, pero otros sin embargo, no intuidos ni por el más agorero.

Pero si atinar con el «9» es necesario, donde no hay excusa para volver a fallar es en lo social. Es imprescindible recuperar el terreno perdido durante años de desidia y conformismo. Hay que diseñar por fin una campaña de abonos que no provoque más felonías a los correligionarios, y albergue algún estímulo para los indecisos. Esa será la verdadera prueba del «9» para Quique Hernández; ha llegado la hora de acertar.