Por dolorosísimas circunstancias de la vida -cuyo final ineludible es la muerte- he tenido que acudir en las últimas semanas varias veces al cementerio alicantino de Nuestra Señora del Remedio... Cuando el trayecto del Vial de los Cipreses, que hasta allí lleva, lo haces con el corazón transido y las lágrimas anegando los ojos, poco reparas en lo que te rodea. Pero si más calmado te diriges a ese camposanto municipal donde reposan los restos de miles de alicantinos y de quienes, no siéndolo, aquí llegaron al final de sus días, ¡qué abandono, qué indignidad, qué pena!: toda clase de basuras, de inmundicias, de deshechos, de mugre, se contempla a ambos lados de ese vial. La incuria y la marginación se presentan allí clamorosamente y el chabolismo, el abandono y la pobreza son gritos que reclaman la intervención del Ayuntamiento y la ayuda de los responsables correspondientes. Hasta los cerdos vietnamitas que campan a sus anchas por la zona, como ya denunció INFORMACIÓN, manifiestan que ni las autoridades municipales, ni las sanitarias, ni las veterinarias, se preocupan lo más mínimo de una situación intolerable.

Desde luego, el cementerio de Alicante no tiene la categoría de los cementerios monumentales que, incluso, son visitados por un turismo funerario cada vez más extendido: el cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires, el cementerio Père-Lachaise, en París, el cementerio Central de Viena, el cementerio de Poblenou, en Barcelona, los cementerios sacramentales de San Isidro y San Justo, en Madrid, el cementerio de San José, en Granada, el cementerio de Polloe, en San Sebastián, el cementerio de San Fernando, en Sevilla, el cementerio de La Carriona, en Avilés, el cementerio de Staglieno, en Génova, y el Monumental de Milán... No, el cementerio de Alicante no es un cementerio monumental, pero en él reposan también algunos personajes ilustres y, sobre todo, nuestros antepasados, nuestros seres más queridos que ya emprendieron el postrer viaje.

Por ello, el respeto a nuestros difuntos exige una drástica intervención para que el Vial de los Cipreses, el camino a su última morada, que también lo será para muchos de nosotros, sea algo digno y no miserable como ahora es. De lo contrario ¡qué vergüenza, qué desprecio, qué pena!