Teóricamente somos curiosos por naturaleza y eso nos lleva a indagar en cuestiones muy variopintas que atraen nuestro interés por aprender y saber más. En la infancia somos poco selectivos y cualquier cosa es objeto de estudio minucioso para alcanzar pequeñas metas que nos llevan a una superación personal, en principio, no perseguida voluntariamente. Conforme vamos aglutinando conocimientos, el abanico se abre y nos volvemos mucho más concretos en nuestra búsqueda, hasta especializarnos en alguna temática que realmente nos apasiona.

A partir de los polímatas de la historia como Aristóteles, Pitágoras, Avicena o Leonardo da Vinci entre muchos otros, hemos sabido canalizar adecuadamente la gran diversidad de estudios posibles para poder generar especialidades que permitan la competencia profesional y personal en todas las ramas de la ciencia y el arte. Alcanzar la excelencia en la actualidad, significa poseer altos conocimientos en un campo específico.

Desde las universidades y los centros de investigación se promociona el conocimiento alentando al estudio a miles de estudiantes que emprenden su trayectoria como personas interesadas en saber más y cualificarse en una materia específica. El profesorado apuesta por el aprendizaje y la competencia profesional, intentando inculcar unos valores universales en los futuros egresados que les proporcionen el éxito personal, profesional y social perseguido.

El problema surge cuando se confronta aprendizaje y titulación, constatando que muchos estudiantes se inclinan más por la segunda opción dejando a un lado la primera. Por muy bueno que sea un sistema de enseñanza siempre cabe la posibilidad de que se quiebre el objetivo y sea alcanzable la titulación sin el oportuno aprendizaje y competencia pertinentes.

Sigue siendo una asignatura pendiente conseguir que la estudiosidad prime sobre el afán de conseguir un diploma o una licencia. El estudiante que busca el aprobado sin plantearse ninguna otra aspiración es un fracaso para él mismo y para el sistema de enseñanza. La satisfacción del profesor radica en saber promover esa curiosidad natural por adquirir conocimientos en sus alumnos, al margen de los resultados académicos.

En la sociedad española es un valor y un prestigio poseer títulos universitarios porque implican una alta cualificación y repercute, por lo menos de una forma teórica, en el desarrollo profesional y social de quien lo posee, ahora no tanto en el económico. Perseguir el estatus social de excelencia mediante titulaciones universitarias es legítimo siempre y cuando se sigan los estándares marcados por el propio sistema de estudios sin trampear para conseguirlos, de lo contrario es una deshonra mayúscula.