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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

No hay que odiar a los enemigos, se pierde perspectiva

Tener amigos y tener enemigos es la cara y la cruz de la misma moneda, al fin y al cabo el amor y el odio son sentimientos paralelos que muchas veces convergen, de tal forma que el querer se convierte en desprecio. Al revés, curiosamente, no parece suceder, por lo que es fácil suponer que el odio es una emoción mucho más profunda y destructiva, mientras que el amor dura lo justito y tiene tendencia a irse convirtiendo en su reverso, concretamente en el reverso oscuro de la Fuerza. Lo que le pasó sin ir más lejos a Darth Vader, antihéroe muy infravalorado, pero que tiene su altar entre los misántropos, rama oscura de la humanidad a la que el Indignado Burgués se honra en pertenecer.

Es raro no tener enemigos. Extraño e insano, por otra parte, ya que mientras los amigos no te ofrecen más que una versión edulcorada de ti mismo, los enemigos hacen que te superes. Uno se mide a los rivales, no a los incondicionales. Que no existan adversarios a lo que haces, lo que piensas o lo que escribes es triste, porque indica que no conmueves o molestas lo suficiente como para que un congénere se moleste en guardar un muñeco tuyo de vudú, erizado de alfileres, en la parte del cerebro que destinamos a las pasiones más abyectas. Pero cuidado, hay que hacer caso a uno de los mayores ideólogos del siglo XX, Don Vito Corleone, también conocido como «El Padrino», cuando alecciona a su sucesor: «Nunca odies a tus enemigos, no te permite juzgarles».

En Don Vito está la clave: nunca es personal, sólo son negocios, y si odias pierdes perspectiva y te dejas llevar por pasiones humanas, tan poco controlables, tan subjetivas, tan poco fiables. Podemos querer a nuestros amigos aunque no es imprescindible, pero nunca debemos odiar a nuestros enemigos porque es una estupidez. Si hay que asesinar, se asesina, pero con frialdad, elegancia, «savoir faire» e impunidad, a ser posible.

Por cierto, un amigo mío dice, hablando de amigos, que ya no quiere tener más, porque la vida es corta y pretende cuidar como se merecen a los que tiene. Me parece que esa filosofía se puede aplicar perfectamente también a los enemigos, porque si proliferan, se descontrolan, y no hay forma de fastidiarles a todos adecuadamente. Hay que prestar atención a los enemigos, más si acaso que a los compadres, y lo digo con el mayor de los respetos hacia los enemigos de los que guardo memoria y de otros desconocidos pero no por ello menos diligentes.

La cosa se complica cuando la rivalidad está en la familia y si es Real, con mayúsculas, más. Seguro que desde la psicología se puede explicar perfectamente el prurito de rebelarte contra los que creen ser mejor que tú por razones de nacimiento, economía o poder. Cuando alcanzas una posición relevante te pones el mundo por montera y en plan Escarlata O'Hara golpeas la tierra mientras afirmas que «nunca más volverás a pasar hambre».

Yo no debería decir nada contra Letizia, porque los dos hemos nacido el mismo día y el mismo mes y ?me malicio- tenemos un pronto igual de malo, somos parecidos en nuestra apetencia de manipulación y control, adolecemos de un insano perfeccionismo, de un rechazo profundo a la autoridad y, por ello y algunas cosillas más, caemos fatal a todos los que nos rodean. Además ambos somos en el fondo periodistas de raza ?aunque ahora ejerzamos otro rol- y tengo la sensación de que los dos compartimos ideales jacobinos y republicanos. Sí, ella también, estoy seguro.

Quiero con eso decir que entiendo perfectamente a Letizia, porque cuando nos pisan el callo perdemos el «oremus», y aunque nos ataquen con una pistola de agua, nosotros pulsamos el botón nuclear. Situaciones tan ridículas como las del otro día de la Reina en Palma proliferan en mis recuerdos, porque no puedo evitar a veces ser cafre por cosas nimias y ya les digo que cuando pierdo el control me da igual estar solo con mi gato que en una Audiencia Papal. Debe ser la parte reptiliana del cerebro de algunos Virgo que, harta de nuestra apariencia sosegada e inteligente, nos obliga a dispararnos como un cohete cortito de mecha. O eso o que la paciencia la tenemos igual que la muela del juicio, por un atavismo de cuando éramos cavernícolas (ella y yo), pero que es tan pequeña que no nos sirve para nada.

Total, que a menudo nos falta ese espíritu farisaico de aparentar y no responder inmediatamente, esperando a que nos sirvan la venganza en bandeja de plata (a ella) y en un plato de loza ordinaria (a mí). Hay una diferencia sustancial: con mis reacciones extemporáneas los que me odian pueden tener motivos para odiarme más, pero a ella le odiarán como Letizia y como Reina y la opinión pública dejará a la Monarquía a caer de un burro. Entre los aspavientos de la consorte real y la próxima entrada en el talego del cuñado puede al final culminarse el dicho atribuido al Rey Faruq: «Dentro de poco sólo quedarán cinco reyes, el de Inglaterra y los de la baraja». Y de barajas entendía el hombre.

Claro, que si Letizia es republicana, como creo, seguro que está sembrando y su suegra no es un objetivo sino un instrumento.

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