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Tribuna

Habas reales

Ya he dejado dicho alguna vez aquí que la monarquía se salta a la torera sus propias reglas. Como quiera que siga vigente la pragmática sanción de Fernando VII, el matrimonio entre Felipe y Leticia (perdonen, pero la Z me daña la vista) es desigual o morganático y está prohibido desde tiempos de Carlos III. De modo que tenemos una reina plebeya y un rey que de respetar las reales reglas debiera haber dejado su curro o lo que sea, como ya sucedió en otras ocasiones en el seno de esta familia, incombustible donde las haya. Si de mantener los derechos históricos de la institución monárquica se trata debiera ser con todas las consecuencias, que no se puede ser un poco rey como no se puede estar un poco embarazada.

Es el caso que la «morganática» y juncal reina Leticia lleva ya tiempo dando visos de tener un carácter de mil demonios. El otro día, en la catedral de Mallorca (ya saben, reyes, misa, agua bendita, peineta y rifirrafe callejero, todo muy español y mucho español) dio gráfica constancia de ello. Manoteos, no me toques a las niñas, no vas a salir en la foto y en este plan. Lo malo de la escena no es que discutan y casi forcejeen en plena calle una suegra y una nuera, lo malo es que discutan dos figuras retóricas que ya hace tiempo debieran estar obsoletas. Sí, el pueblo no eligió esta jefatura del estado que, se mire por donde se mire, es fruto de un levantamiento militar que aplastó a una república, ésta sí elegida por el pueblo, que aupó al poder a un sátrapa que dejó atada y bien atada la restauración borbónica y sus privilegios medievales.

Pero volvamos a los hechos. Leticia se interpone entre los fotógrafos para evitar que la suegra sea retratada con sus hijas, bien sea por intentar restar protagonismo a la suegra o por un celo excesivo a la exposición pública de las nenas. Vaya usted a saber. Una de las meninas que parece estar con la madre se deshace del brazo de la abuela con dos manotazos. El rey emérito mira incrédulo y se aparta discretamente de la bochornosa situación. Felipe media. Hasta ahí una disputa familiar. Al poco tiempo salta a la palestra un segundo vídeo. La emérita vuelve a la carga, vuelve a rodear con sus brazos a las infantas (enseguida se echa de ver que las reinas se vuelven muy lameronas a la salida de misa de una) y en un rapto de pasión amorosa estampa un beso en la frente de una de ellas. Presta aparece Leticia, como leona que defiende a la camada, se acerca a su retoño y pasa la mano intentando llevarle de la frente la babilla real. Y hasta aquí la mala hostia de la interfecta que hasta le asquea que una abuela bese a su nieta. Cosas de niña bien venida a exageradamente bien, toda ella virtudes, joyas, trajes de alta costura, tipo de sílfide y faz caprina esculpidos por los mejores cirujanos, sábanas de Holanda sobrevenidas, cristales de Bohemia caídos del cielo y cubertería con un escudo impreso la mar de cuco.

Ya que estas personas principales llevan siglos empeñados en representarnos sin que nadie se lo haya pedido, al menos podrían hacerlo con un poco de decoro cosa ésta bastante contraria a matar especies protegidas, dejarse regalar con subidas de sueldo inapropiadas en época de escasez, robar a sacos (presuntamente, no vayamos a meter la gamba) y que a la justicia le caiga la venda y se le disloque la balanza, o librar una riña de gatos en plena calle. Como dijo el atildado Pedro Sánchez en una entrevista, «en todas las familias cuecen habas». Correcto, pero es que estas habas son reales.

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